En ocasiones nos enfrentamos a circunstancias impensadas que nos sorprenden por las enseñanzas que nos dejan. Me refiero a dos cursos de Historia que se dan en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Ambos cursos son idénticos y los dicta el mismo día el mismo profesor, uno a continuación de otro. ¿En qué consiste la sorpresa? Al primero de ellos asisten los estudiantes regulares de la carrera de Arquitectura, los cuales rondan los veinte años. El segundo turno le corresponde a los estudiantes del Programa Integral para la Persona Adulta y Adulta Mayor (PIAM) que suman, entre todos, 1.763 años, con una edad promedio de 65 años.
Da la casualidad que ambos cursos convergen en el mismo espacio y tienen la misma temática que, sin embargo, resulta ser muy diferente.
Distintos comportamientos. Los estudiantes “jóvenes” reciben el curso de Historia porque forma parte del programa de estudios, con la necesidad de aprobarlo para continuar la carrera. Este sentido de obligación afecta, sin duda, el desempeño estudiantil y enfrenta al profesor a la difícil tarea de despertar su interés.
Los estudiantes “mayores” han matriculado ese mismo curso porque escogieron volver a las aulas, interesados en ampliar sus conocimientos y con las expectativas de enfrentarse a algo novedoso. Es interesante observar ambos enfoques: el de aquellos que reciben información nueva y el de los que suman y renuevan saberes.
Los jóvenes atienden, con mayor o menor interés, al discurso académico y sus intervenciones son escasas; solo cuando en ocasiones necesitan ampliar algún concepto. Los mayores tienen mejor capacidad de vincular ideas, entendiendo que la historia no son hechos del pasado sino que se relacionan con nuestra vida diaria.
Mientras que los jóvenes asimilan, calladamente, los hechos históricos, los mayores aportan sus opiniones, o creencias, sobre los temas tratados. Eso hace que una misma clase pase de ser pasiva en un momento a activa en otro, de acuerdo con las cualidades de sus oyentes.
Entusiasmo contagiante. Lo interesante de esta impensada experiencia es que algunos jóvenes han “descubierto” el curso de los mayores y se quedan en el aula para asistir a la misma clase; para oír lo que antes habían ya escuchado. Que ahora no será lo mismo.
Estos estudiantes, que en su clase anterior se habían mantenido callados, se contagian de los mayores y se animan a comunicarse y a expresar sus ideas. Por su parte, los mayores disfrutan ese intercambio y se sienten jóvenes, a su vez.
Pocas veces hay oportunidad de estrechar la brecha que separa nuestras generaciones, sobre todo cuando la aceleración tecnológica impulsa su separación.
En la convivencia generacional de este curso de Historia hay un sutil juego de nietos y abuelos que enriquece enormemente el placer de aprender y que sería bueno que se extendiera a otros ámbitos.
El autor es arquitecto.