Son las 6:45 p. m. del 15 de septiembre, dentro de pocos minutos se inaugurará una exposición de artistas costarricenses en la embajada de Costa Rica en Washington. Los invitados comienzan a llegar, el embajador y su esposa los reciben en el vestíbulo de la misión, mientras los meseros ofrecen a la concurrencia copas de vino y canapés inspirados en la cocina costarricense, preparados especialmente para la ocasión.
Obras de arte engalanan el lugar, los invitados recorren los pasillos con una copa de vino en la mano y conociendo a los presentes. ¿Es así como usted se imagina una actividad protocolaria en una embajada de Costa Rica en el exterior? Retrocedamos y analicemos cada detalle.
La realidad. El costo y la logística para trasladar obras de arte fuera del país es alto y con el presupuesto que el Estado costarricense les asigna a sus embajadas para cumplir con este tipo de promociones culturales, sería imposible.
Se podría uno imaginar que existe una política de Estado coordinada entre los ministerios de Relaciones Exteriores y Culto y, Cultura y Juventud, pero la realidad es otra. El presupuesto anual de ninguna de las dos carteras contempla este tipo de acciones.
Un evento para 100 personas en Estados Unidos puede costar, de manera austera, unos $20 por persona, estamos hablando de $2.000 en total, sin contar a los meseros, el alquiler del lugar, la decoración y las obras.
Adicionalmente, las bebidas alcohólicas no se pueden financiar con dinero del Estado y tampoco se pueden recibir donaciones.
Y todavía se complica un poco más, ¿quién decide cuáles obras y de cuáles costarricenses, para que no se beneficie a nadie en específico? ¿Se exhiben solo las obras de los artistas que puedan pagar el costo del traslado? Bajo el segundo escenario, se convertiría en un evento privado, patrocinado por la embajada. ¿Se puede?
El mito del salario. Muchas veces se piensa: ‘Que lo pague el embajador, que gana mucho dinero’. Eso es parte del imaginario, otro mito. No es así. Un salario bruto de un embajador ronda casi los ¢5 millones (unos $8.000). Un monto que, en Costa Rica, efectivamente se podría considerar como mucho dinero, si se compara con el resto de sueldos del sector público.
Sin embargo, este embajador, al igual que todo el personal diplomático y consular de Costa Rica, debe de alquilar una casa, comprar un carro, pagar seguros, las colegiaturas o universidades de sus hijos, la comida, ropa, medicina, entre otros. Y a esos gastos hay que sumarle lo que tiene que desembolsar en nuestro país, porque recordemos que ahí está su casa, pues su estadía en el exterior es temporal.
Por ejemplo, una casa en Washington de tres habitaciones, dos baños, a una distancia de 15-20 minutos de la embajada cuesta mínimo $5.000, lo que evidentemente es insostenible afrontar con un salario de $8.000.
Además, si se compara con lo que perciben los embajadores de otros países latinoamericanos en esa misma ciudad estadounidense, donde sus salarios oscilan entre $12.000 y $40.000, más costo de vida y pagos de escuelas, choferes y casa; se puede concluir fácilmente porque es un mito que nuestros embajadores puedan aportar de sus ingresos para cumplir con actividades de promoción.
Entonces, ¿cuándo y quiénes lo asumen? En principio, debería de existir una política de Estado fortalecida, que invierta en nuestro Servicio Exterior, con acciones claras, que generen réditos en turismo, cultura, medio ambiente, atracción de inversiones, derechos humanos, cooperación internacional, etcétera.
Una representación digna. Nadie pide lujos, Costa Rica nunca se ha caracterizado por gastar en cosas suntuosas, pero sí se ha caracterizado por contar con representaciones dignas. Así como a los médicos de la Caja Costarricense de Seguro Social se les brindan herramientas para operar y no deben comprarlas con su salario, así también nuestros diplomáticos deberían de contar con los instrumentos necesarios para cumplir con su labor.
Lo que sí se debe de pensar es en cuáles representaciones debe tener el país y para qué, definiendo acciones acordes con las necesidades nacionales y con base, en la relación y las fortalezas del estado receptor. También debemos tener claridad en lo que Costa Rica tiene para ofrecer y olvidarse de la idea de que todo es pedir. Recordemos que somos un país de renta media alta y la cooperación en una sola vía está muy limitada.
La irresponsabilidad de los recortes. No se trata de llenar titulares o ir a la Asamblea Legislativa diciendo que se realizaron recortes que simulan ahorro, cuando en realidad lo que se está haciendo es dejar a los funcionarios del Servicio Exterior sin herramientas para trabajar. Se trata de dinamizar los recursos ya limitados, sabiendo que una buena administración e inversión genera más que un recorte sin fundamento.
Recortar presupuestos por considerarlos superfluos es lo que después nos deja sin dinero ni para pagar gastos fijos o brindar la atención que los costarricenses se merecen en el exterior. No caigamos en populismos, pensemos en Costa Rica y en los costarricenses, pensemos en invertir, no en gastar por complacer nombramientos que responden más a compromisos de campaña que a la realidad país.
Diplomática de carrera y exvicepresidenta de la Asociación Costarricense de Diplomáticos de Carrera.