Ese viernes 7 de agosto de 1987 es inolvidable: cinco presidentes de Centroamérica firmaban la paz en el Palacio Nacional de Guatemala.
Era el fin de años de fracasadas negociaciones del Grupo de Contadora. Era el fin de conversaciones de casi seis meses en las que Óscar Arias metió pies y cabeza. Era el comienzo para el fin de guerras de años que mataron a 30.000 en Nicaragua, a 75.000 en El Salvador y a 200.000 en Guatemala. Era el inicio de una mejor economía para el Istmo.
Hace 30 años, el presidente que había hecho campaña con “paz para mi gente, paz para mis campos” llegaba al hotel Camino Real, en Ciudad de Guatemala, para la que sería la última reunión con sus colegas Daniel Ortega (Nicaragua), José Napoleón Duarte (El Salvador), José Azcona Hoyo (Honduras) y Vinicio Cerezo (Guatemala).
Seis meses antes, el 15 de febrero, les había propuesto un plan de paz que incluía amnistía general, cese del fuego, diálogo gobiernos-guerrillas, suspensión de ayuda militar a insurgentes por parte de estados extrarregionales y democratización.
Reuniones iban y venían. Los presidentes o cancilleres llegaban a San José, uno por uno, o en grupo. Arias, por su parte, viajó más que nunca por el Istmo e incluso en Tegucigalpa se llevó un susto cuando el jet en que aterrizaba en Toncontín casi se sale al final de la corta pista.
Azcona, que lo esperaba en la rampa junto con los periodistas ticos que íbamos a la cobertura, veía el avión y decía: “¡No frena, no frena!”.
Un mes después, el 6 de agosto, La Nación me envió a cubrir esa última negociación en el Camino Real. Un día antes, Ronald Reagan había logrado colocar su “plan de paz”, que nunca se dijo quién puso sobre la mesa. Ese documento alteró las conversaciones, provocó tensión y casi que descarrila el texto de Arias. Pero no lo logró.
Los gobernantes estuvieron a puerta cerrada todo el jueves, aislados, y no hubo humo. Cenaron y a las 10 p. m. volvieron a encerrarse. A las 2:30 a. m. se levantaron de sus sillas. ¡Había consenso!
Durmieron un rato, desayunaron juntos y, en la tarde, la noticia daba la vuelta al mundo: había acuerdo de paz. Lo firmaron en el Palacio Nacional. Allí comenzó el camino de una paz que, para dicha del Istmo, se consolidó.
Armando Mayorga es jefe de redacción en La Nación.