Existe un culto al “no” en este país que encuentra que hay algo malo en iniciativas dirigidas a evitarle a Costa Rica un aletargado destino tercermundista. Hay otros, compartidos por una mayoría del pueblo costarricense, como el “no a la corrupción”, que ha logrado algo: la corrupción no ha empeorado. Pero la desdicha de la Costa Rica actual es que existe, desde hace décadas, un culto al “no” que, lentamente, va destruyendo al país porque le niega la riqueza y el progreso.
Se ha ido fijando en nuestro ambiente la idea de que hay algo malo en que otros tengan ganancias o, peor aún, en que se hagan ricos. El culto a este “no” la emprende contra cualquier empresa privada que obtenga una ganancia por el riesgo que asumió al invertir y poner en juego su patrimonio para crear empleos. Las empresas que generan pérdidas son generosamente eximidas de sus ataques. Por eso, no atacan al Estado.
Apoyan todos los controles, todas las regulaciones y las trabas que el Estado grande, improductivo y despilfarrador, les impone a los generadores de riqueza y progreso. Son tantos estos cultores del “no” que hasta ganan elecciones.
Envidia. En una encuesta realizada por la Escuela de Estadística de la UCR publicada a finales del 2013, uno de los encuestados, C. G., opinó que los ticos “nos pensamos ‘igualiticos’ y eso nos hace estar fisgoneando que toda la gente a nuestro alrededor sea ‘igualitica’ a nosotros. En el momento en que alguien destaca, le bajamos el piso o lo ‘basureamos’ hasta que esa persona desista de las ganas de destacar”.
En el 2012, La Nación opinó que Paco Zúñiga era “el artista costarricense que ha alcanzado más relieve internacional”. Sin embargo, Marjorie Ross aclaró que “solo comenzamos a reclamarlo como costarricense a partir de su éxito”. La verdad es que se fue a los 23 años para México porque lo exilió la envidia de los ticos. Nos dice Marjorie que, por “mezquindad”, le escamotearon sus méritos, lo “frenaron” como pudieron, lo criticaron por “innovador” y, como don Paco no quería “mediocretizarse”, se fue de Costa Rica.
Este estado mental de los cultores del “no” tiene serias consecuencias. Va a definir si nuestros hijos y nietos considerarán que vale la pena quedarse en Costa Rica y no buscarán fuera del país mejores oportunidades de riqueza y progreso humano como lo hizo Zúñiga.
En otras latitudes habitadas por indios con más nobles calidades humanas, en la ciudad de El Alto en el árido altiplano de los Andes en Bolivia, las humildes casitas son de aspecto de cajoncitos rectangulares, una a la par de la otra, por millas. Sobre este enjambre de pobreza están los lujosos chalés. Pero sus habitantes los ven como un rayo de esperanza para el futuro, y no como una intolerable ostentación que aliena y desune.
Los chalés no son objeto de manifestaciones ni de huelgas por la “mala distribución de la riqueza”. El Alto es el bastión de rebelión política, pero contra el Estado grande que los acecha. No han permitido que exista ni una sola oficina pública. Mario Durán, un periodista de La Paz, califica El Alto como “la capital del capitalismo… Hong Kong en medio del altiplano”.
En este extraordinario pueblo no hay envidias. No hay pesar por el bien ajeno. El despliegue franco de riqueza es generalmente aceptado con admiración por sus habitantes. Está lejos de ser un bastión de la izquierda. Y hay progreso. Miles de pequeños negocios importan sus insumos directamente del extranjero. Asimismo, hay academias que imparten cursos para aprender chino.
No a la riqueza. El culto al “no” a la riqueza y al progreso en Costa Rica se manifestó con fuerza a finales de siglo pasado con la oposición a la explotación de aluminio por Alcoa. Surgió como fuerza política organizada bajo diferentes eslóganes: “no a un contrato ley, no a explotar el subsuelo, no a inundar tierras de ‘los nativos’, no a las multinacionales”. Algo parecido sucedió con el distrito financiero que, por culpa de estos cultores, se implantó en Panamá y generó progreso y riqueza a su pueblo. Igual, con el canal seco y con el “combo” del ICE.
Ahora sienten un estímulo irresistible de llenar las calles con pancartas y gritos contra “la desigualdad”. Somos “igualiticos”. La envidia los une y los incita. Son un culto informalmente organizado con una meta fija e invariable: fomentar la pobreza en Costa Rica. Están decididos, fanáticamente, a construir una utópica sociedad agrícola pobre, alejada del mundo moderno.
Todos sabemos que este culto se encuentra dentro de las filas del partido del próximo presidente de Costa Rica.
Por el momento, está sumergido en un estado de latencia, en una animación suspendida, para, pronto, surgir a la palestra con más fuerza y continuar impulsando el retroceso.