No cesa de sorprenderme ese fantasma que llevamos adherido a nuestro ser y que llamamos Vanidad. Las más de las veces ha sido un amigo leal y solidario. En otras ocasiones, ha actuado como el más vil de los conspiradores. Hoy he decidido delatarlo, someterlo al juicio de mis lectores.
1. Es un rasgo estructural de la naturaleza humana.
2. Es inevitable, pero no por eso incontrolable: podemos impedir que nos coma vivos.
3. Sin la vanidad, nada grande ni hermoso habría sido hecho en el mundo.
4. Dárselas de humilde es la negación misma de la humildad, y una de las más oblicuas, viscosas manifestaciones de la vanidad.
5. La vanidad siempre está al borde del ridículo.
6. La ironía puede encarnarse en la vanidad. Si yo digo: “Jacques es el mejor pianista del mundo”, una de dos: o soy un teomaniaco (manía consistente en creerse Dios: Nerval, Nietzsche, Stalin) o estoy ironizando. El lector chato, poco perspicaz –o malintencionado– supondrá lo primero.
7. La vanidad es un dispositivo más de defensa y supervivencia.
8. Una gran vanidad equivale a una gran superficie: será un blanco fácil de bombardear. Nadie tan frágil y vulnerable como el vanidoso. Jamás lo admitirá, pero la verdad es que sufre atrozmente con su condición.
9. La vanidad pesa mucho: lastra el alma, la torna lenta y obesa.
10. La vanidad y el autodesprecio son reverso y anverso del mismo fenómeno: entre ellos se encuentra algo que se llama dignidad: es a ella a la que debemos propender.
El autor es pianista y escritor.