Al finalizar 1982, la inflación de la economía fue de 81,75 %. Después de 35 años, esa tasa se ubica en el 1,33 %. La historia económica ha documentado los elementos que causaron la crisis de los años 1970 y 1980. Falta; sin embargo, escribir la historia de cómo se abatió la inflación desde ese momento tan álgido.
En estas tres décadas y media el país ha experimentado una transformación económica de su sector privado, no así del sector público. Se aplicaron programas de ajuste estructural impulsados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, se cerró la Coorpoación Costarricense de Desarrollo (Codesa), se abandonó el esquema de sustitución de importaciones, disminuyó la dependencia de los postres (café, banano y azúcar) y se diversificó la producción y exportación con otros bienes de alto valor, unidos a la apertura de los flujos de capitales. También se apoyó la producción exportadora con un esquema cambiario de minidevaluaciones. Este régimen fue exitoso en cuanto impulsó las exportaciones a precios competitivos, pero con el tiempo fue perverso por su efecto en la inflación y al convertirse en un factor que evitó la innovación y la eficiencia de en la producción.
Objetivos. El Banco Central de Costa Rica (BCCR) ha comprendido que su único objetivo es el de controlar la tasa de inflación. No debe contaminar este objetivo con otros que no le corresponden, como incentivar el crecimiento económico, disminuir el desempleo o mejorar la distribución del ingreso. Sobre controlar la inflación, la literatura ha sido abundante en fórmulas y políticas, algunas exitosas, otras menos afortunadas. Creo que la dolarización es una opción en la mesa de discusión. Reconozco que no hay ambiente para discutirlo.
La disminución de la inflación comenzó a delinearse en el 2006 cuando el Banco abandonó las minidevaluaciones para adoptar la flotación dentro de bandas definidas previamente. Con esto se pretendía reducir la intervención del Banco en el mercado y, a la vez, su déficit, el cual siempre alimentaba la inflación. Este esquema de fluctuación, en mi opinión, no resultó exitoso. En un mercado pequeño, donde hay pocos participantes, sin instrumentos de cobertura y abierto a los vaivenes internacionales, era preferible la dolarización a una banda cambiaria. Aun así, abandonar las minidevaluaciones fue un paso importante en la dirección correcta.
Ciencia y olfato. En este momento el Banco aplica otro régimen de control de la inflación: metas inflacionarias. En este caso, el Banco fija una meta de inflación del 3 % anual, con una desviación de un punto hacia arriba o abajo y utiliza su tasa de política monetaria para orientar las tasas de interés del mercado en la dirección de su objetivo. El Banco debe aplicar reglas definidas, transparentes, y debe ejercer con discreción su política. La economía es un juego de ciencia y olfato. Como ciencia, la economía explicará la trayectoria de largo plazo de la inflación, mientras que el buen olfato le hará reconocer las perturbaciones transitorias.
Recientemente observamos en el mercado un aumento del precio del dólar. En ese momento habría sido válido preguntarse si ese movimiento sería un ajuste permanente o un efecto transitorio. Tal vez la información disponible le indicaba al BCCR que era transitorio, razón por la cual vendió divisas para estabilizar el precio y aquietar la incertidumbre. Le funcionó, pero, para todos aquellos que gustan de analizar cifras y comentarios, o plantear conspiraciones, lo cierto es que desde varios meses el tipo de cambio venía aumentando. Es decir, el Banco no ha evitado la depreciación ni tampoco ha provocado movimientos nerviosos en el mercado. Y lo más importante es que esa depreciación no se ha traducido en presiones sobre la inflación. Ese es el mérito del esquema de metas inflacionarias.
Reservas. Hay dos puntos que llaman la atención sobre esta estrategia. Primero, pareciera que el Banco no actuó de manera oportuna durante la inestabilidad cambiaria de abril y mayo; es decir, se tardó en estabilizar la situación con el uso de su tasa de política monetaria. Segundo, el Banco debería sopesar la intención de endeudarse con el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR) por $1.000 millones. Algunos economistas le han manifestado al Central lo innecesario que parece este endeudamiento dados los casi $7.000 millones de reservas internacionales, que se prevé que aumenten en lo que resta del año. Incluso en un mes como agosto, caracterizado por una disminución de la disponibilidad de divisas, el mercado ha mostrado excedentes de divisas. En síntesis, al Central le ha sonado bien la flauta.