El 10 de diciembre de 1948 se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sesenta y siete años después, ¿sabemos todos qué son los derechos humanos y para qué sirve dicha declaración?
De forma muy sintetizada, puede decirse que la premisa central de la declaración gira en torno a respetar, proteger y garantizar la dignidad humana. De modo que los derechos humanos están destinados a que no se viole de ninguna forma la dignidad de una persona.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un instrumento jurídico, que permite exigirlos legalmente a escala mundial.
Sin embargo, el hecho de que jurídicamente estén declarados, no conlleva que en el diario vivir, en el ámbito social, se respeten. Especialmente en el caso de las mujeres, la dignidad humana es frecuentemente vulnerada y lo más preocupante es que se ha naturalizado tanto que las violaciones de los derechos humanos de las mujeres pasan inadvertidas socialmente. La cultura en la cual estamos inmersos es machista, aunque muchas personas lo nieguen.
Esto es fácilmente evidenciable en las imágenes. Los cuerpos semidesnudos que se utilizan en la publicidad son, en su gran mayoría, de mujeres. Ellas son el objeto sexual que “adorna” páginas casi completas de uno de los periódicos más vendidos en nuestro país.
A quienes acosan con gestos, sonidos y vulgaridades explícitas o disfrazadas de “piropos”, es a las mujeres. Se les dice que no salgan solas, o sea, sin un hombre, porque, aunque salgan con otras mujeres, para la sociedad “salieron solas” puesto que no las acompaña un hombre para que “las defienda y las haga respetar”.
Un hombre no tiene miedo de salir a la calle solo y de que abusen sexualmente de él o que lo maten. Y si lo tuviera, se burlarían de él y lo etiquetarían como “maricón”.
Con esto no quiero decir que todos los hombres han ejercido violencia contra una mujer, quiero decir que todas las mujeres de una u otra forma han sido víctimas alguna vez en su vida.
Con estos ejemplos es más que evidente que la dignidad humana de las mujeres no se respeta en nuestro país. Se les impide tener una vida libre de violencia, las acosan, abusan de ellas y las matan.
Las mujeres tienen derecho de decidir sobre sus cuerpos y sus vidas en todo aspecto, en cuanto a cómo vestir, a qué lugares ir, a qué horas y con quién salir. Decidir si quieren ser madres o no y de qué forma, si quieren casarse o no, a elegir con quién tener relaciones sexuales, a quién amar o con quién formar una familia, sea con un hombre o con otra mujer. Pueden realizar cualquier tipo de actividad, aunque alguna de las que elijan sea culturalmente catalogada como “masculina”.
Pero, sobre todo, tienen derecho de tomar esas decisiones y muchas otras sin tener que ser discriminadas socialmente y sin tener que sentirse avergonzadas de sí mismas por no cumplir los estándares de belleza ni los modelos de mujer que se les ha inculcado.
No hay una sola forma de ser mujer, ni una forma correcta de serlo. Existen muchos tipos de mujeres, pero todas con los mismos derechos humanos.
Ninguna persona debe sentirse avergonzada de su identidad, ni verse obligada a tener que ocultarla o a moldearla para ser aceptada y a encajar. Eso mutila la libertad.
El Estado es responsable de velar por que se respeten los derechos humanos, protegerlos legalmente y garantizar que se cumplan, pero cada habitante de este país tiene el poder de transformar la sociedad para que todos tengamos acceso a los mismos derechos.
La autora es psicóloga.