Preguntaba a su hijo de edad escolar una madre: “¿Por qué está tan deformado su zapato derecho y no el izquierdo?”. “No sé”, fue la respuesta del jovencito, aunque bien sabía que ello era fruto de todas las mejengas en que participaba durante los recreos. Hubo un tiempo en que los zapatos de cuero se reparaban una y otra vez. Primero, cuando había mediado cierto uso, se les cambiaba el tacón; luego, media suela; más adelante, suela entera y tacón. Y muchas veces hasta se repetía el ciclo.
En mi pueblo, había un simpático zapatero remendón cuyo taller estaba empapelado con recortes de periódico en blanco y negro que resumían lo que a su juicio eran los más importantes acontecimientos nacionales e internacionales: artículos y fotos de cuando Costa Rica ocupó el tercer lugar en el II Campeonato Panamericano de Fútbol, celebrado en México en 1956; foto de 1938, enmarcada, de Joe Louis, “el bombardero de Detroit”, cuando en el Yankee Stadium, en el primer round, derrotó a Max Schmeling; de Silvana Mangano, con un short que entonces se consideró atrevido, pero hoy se le calificaría de puritano, en la película Riso amaro (Arroz amargo); de Winston Churchill, en 1941, haciendo el signo de la “V” con que reiteraba ante sus compatriotas la meta de pelear hasta obtener la victoria en la II Guerra Mundial, etc.
Por eso, porque era buen conversador y porque en su radio Philips todo el día se escuchaba la música de moda y las principales noticias, el zapatero solía ser visitado por mucha gente a toda hora.
Rótulos. Además, era este zapatero experto en concebir rótulos: Si no tiene nada que hacer, no venga a hacerlo aquí, decía uno que, a la postre, resultó incapaz de limitar las visitas de tipo social. Donde hay orden está Dios, decía otro, que más parecía atribuible a Isaac Newton, cuya dedicación a la filosofía natural (como entonces se le llamó a la ciencia) tuvo por fin descubrir las sabias leyes matemáticas con que Dios dotó al universo, aunque para ello tuviera que crear (¿descubrir?) un nuevo instrumental matemático: el cálculo infinitesimal.
Un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar, decía el rótulo del fondo, como si hubiera sido escrito por Voltaire, quien con fino humor sostenía que cada cosa tiene un propósito lógico: la nariz de los seres humanos es como es para que pueda sostener los anteojos; el pie, para que haga lo mismo con las medias.
En la zapatería, tirados en el suelo, había gran cantidad de zapatos, botas y zapatillas, de hombres y de mujeres (no había en esto nada intermedio); algunos estaban allí desde hacía tiempo. Quizá se trataba de zapatos que fueron reparados, pero que los clientes no retiraron porque el valor de ellos reparados era inferior a lo que el zapatero cobró por su servicio. En seguros comerciales, a esto se le conoce como “pérdida total constructiva” y el buen asegurador se abstiene de incurrir en semejante despilfarro.
En banca, algo similar ocurre cuando se reciben en garantía bienes cuyo valor de mercado es inferior al monto del préstamo y los que, muchas veces, le son literalmente “vendidos” al banco.
Ante esto, el zapatero concibió otro rótulo que decía Por todo trabajo se exige un 50% de adelanto. No insista. De modo que quien no tenía plata para el adelanto, mejor se devolvía a su casa con los zapatos averiados en la misma bolsa de cáñamo, yute o tela (no había de plástico) en que los trajo.
Tampoco podían retirar zapatos reparados quienes no contaran con los colones necesarios para pagar el saldo adeudado por el trabajo. Para acentuar y justificar estas reglas financieras, uno de los rótulos ubicado cerca de la entrada, en grandes letras decía: Crédito murió, mala paga lo mató.
Quienes llevaban a arreglar zapatos por enésima vez se encontraban, muy cerca de una imagen del Corazón de Jesús, y el cual era indirectamente iluminado con la velita dedicada a aquella, con otro mensaje escrito en letras góticas rojas y negras: Se curan enfermos; no se resucitan muertos. Este rótulo tenía como fondo un zapato abierto, que mostraba todos los clavos (antaño muchos zapatos eran mayormente clavados, no cosidos) como si se tratara de un hambriento león. Aunque ningún rótulo lo pedía, en estos casos el adelanto exigido por el trabajo era el cien por ciento del costo estimado.
Prácticas bancarias. Pienso que ese zapatero remendón de mi pueblo, sentado en un cómodo banco de madera y cuero que él mismo fabricó, actuó como corresponde a un buen banquero comercial. Primero, en caso de dudas, exigió buenas garantías (en efecto, garantías absolutamente líquidas) por el costo de sus servicios.
A los clientes que le quedaron mal los incluyó en una lista negra, que los hacía “no sujetos de crédito”, pues mala paga los mató. Y a quienes le presentaban casos insalvables les decía, sinceramente, que si bien él podía curar enfermos, no le era posible resucitar muertos.
Al así actuar no pensaba necesariamente en la condición precaria de los zapatos de sus clientes, sino en la salud financiera propia.
No sé por qué extraña razón, cuando en estos días leía noticias de un banco costarricense y de otros europeos (por ej., el más antiguo del mundo, Banca Monte dei Paschi di Siena) que atraviesan problemas financieros, se me vino a la mente el código de gobierno corporativo de ese simpático zapatero remendón de mi pueblo. En particular, el contenido en dos de sus rótulos: Crédito murió, mala paga lo mató y No se resucitan muertos.
El autor es economista.