La sustancia cognitiva, el administrador, el estudiante y el entorno coexisten en la educación de buena calidad. El primero se refiere a lo que se enseña más el conjunto de hábitos, destrezas y valores que el estudiante debe interiorizar, y al centro educativo le toca procurar que ese objetivo se cumpla. A esto último llamamos competencias.
El segundo, el administrador, es responsable de la formación, es decir, el educador y el centro educativo en conjunto definen las estrategias metodológicas.
Lo enseñado o lo que el centro educativo pretende inculcar en sus estudiantes es prácticamente inmodificable durante el transcurrir del tiempo. El conocimiento es el mismo y el conjunto de competencias también, solo que su importancia ha cambiado.
El entorno tomó un papel protagónico y urge la incorporación de la tecnología a la actividad formativa. En pro de la empleabilidad, se sugiere la promoción del estudio de ciencias, tecnología, ingenierías y matemáticas (materias STEM, por sus siglas en inglés).
El estudiante ha tenido un proceso evolutivo interesante. Es más inquisidor. Sabe que el conocimiento está en la Internet y no en la mente del docente. Por naturaleza, se ha vuelto más pragmático y demanda un conocimiento más útil y metodologías prácticas, innovadoras, que lo reten y estimulen.
Lo que agrava la situación en el campo educativo es que la crisis generada por la covid-19 ocurre cuando se están dando los primeros pasos hacia la transición de un modelo de enseñanza tradicional a un modelo educativo competencial.
Digo que agrava la situación, porque definir y elaborar un mapa competencial es más fácil que proponer estrategias metodológicas con el propósito de desarrollar las competencias contemporáneas necesarias y evaluar periódicamente su consecución. El mejor ejemplo son las pruebas FARO.
La tesis del MEP es que la solución alternativa es la elaboración de instrumentos de medición para ver cuánto está aprendiendo el estudiante según el atípico esquema de enseñanza de clases híbridas. Es cuestionable desde diferentes perspectivas y de acuerdo con diversas corrientes educativas.
Sabemos que no están aprendiendo lo que deberían. Sabemos que con los programas educativos propuestos el estudiante no está avanzando. Es tiempo de declarar la emergencia nacional educativa para redefinir lo que enseñamos (contenidos) y elaborar una estrategia que nos garantice, mientras persista el modelo híbrido y durante un tiempo más, que el estudiante como mínimo domine los rudimentos y destrezas básicas.
Por ninguna razón debemos seguir atomizando al alumno con mucho conocimiento, la mayor parte del cual es innecesario por ahora y desvía el enfoque del docente en necesidad de cubrir programas amplios sin las condiciones para ello.
Ordenemos la educación. Volvamos a los fundamentos y evitemos la práctica en la que el docente hace que enseña y el estudiante hace que aprende, con el consiguiente daño en los seres humanos y en la productividad del país que esto conlleva.
El MEP debe abocarse a definir la ruta para no quedarnos estancados en este gran problema, pues cada día que pase es un día menos, y más se prolongará el «apagón».
El autor es director de la Kamuk School.