El conocimiento médico avanza en forma muy rápida y sin pausa; todos los días aparecen varias novedades, cada año se patentan miles de innovaciones; la vida de las personas aumenta en cantidad y calidad y esto se debe a nuestros genes, el ambiente saludable y una buena atención médica.
Pero esta atención médica de calidad tiene un costo cada vez mayor porque la tecnología es cara y el manejo de enfermedades crónicas, como el cáncer, enfermedades del corazón, diabetes, el envejecimiento, las malformaciones congénitas, los accidentes y violencia, entre otros, requieren la participación de especialistas y el uso de insumos especiales, tanto para el diagnostico y tratamiento como para llevar a cabo procedimientos quirúrgicos complejos con la ayuda de robots como el Da Vinci o de gama-knife y otros valiosos instrumentos. Aun cuando la mayor parte de las enfermedades son autolimitadas y requieren únicamente intervenciones menores de bajo costo, con profesionales y técnicos generales, todas las personas en el curso de su vida tendrán por lo menos diez veces necesidad de ver a un especialista y usar equipos sofisticados. Esto es así particularmente debido al proceso de envejecimiento de la población; actualmente tenemos cinco mil o seis mil personas que cumplieron cien años de edad y en el año 2025 tendremos veinte mil.
Para poder asimilar el vertiginoso desarrollo de la ciencia y la tecnología, los hospitales de mayor rango deben transformarse en centros médicos donde impere un ambiente académico y científico y los hospitales regionales deben convertirse en centros docentes y de esta manera ponerse en condiciones de mejorar la calidad de la atención médica; además, los usuarios deben desarrollar más conciencia de sus derechos y deberes y el personal todo, de estos centros tendrá que actuar conforme a una nueva ética caracterizada por una actitud transparente y humana, oportuna y eficiente, en donde prevalezca el interés de los enfermos por encima de cualquier otra.
El tiempo se está acabando para introducir los ajustes y cambios que nuestro sistema de salud reclama, por eso es bueno señalar que si no se procede de esta manera la medicina pública costarricense corre el riesgo de no tener más médicos como los que hemos conocido en el pasado y poco a poco los nuevos profesionales se transformarán en curanderos, incapaces de asistir a congresos internacionales o leer revistas científicas, porque no las entenderán y los hospitales serán lugares para morir en lugar de templos donde se devuelva la vida.
Estas reflexiones no son para asustar a nadie ni para echarle leña al fuego desatado en la CCSS, sino para recordar lo que fue advertido en Canadá y los Estados Unidos de América por el informe Flexner, hace casi cien años.