Tenía yo 11 años de edad y cursaba el quinto grado en la escuela Ascensión Esquivel de Alajuela. Una mañana, muy temprano, entró al aula, apresuradamente, don León Vargas, el director, y nos dijo con gran alegría: “Mañana llega Alejandro Morera, el mejor futbolista que ha tenido Costa Rica, Él se fue hace tres años para España a jugar con el Barcelona, pero tuvo que regresar porque en España estalló una guerra civil y su vida peligraba. Además de buen futbolista, Alejandro es un caballero y destacado ciudadano, ejemplo para la juventud alajuelense. No lo olviden”. De inmediato saludó a la niña Nelly Martínez, la maestra, y salió tan de prisa como había entrado.
Después, la niña Nelly nos contó particularidades de Alejandro, su forma respetuosa de tratar a la gente, su espíritu de colaboración en todo lo que tenía que ver con el progreso de la comunidad y, además, de los triunfos que había obtenido en el fútbol español. “Si hasta un gol le metió a Zamora, el mejor portero del mundo”, comentó con autoridad.
Popularidad. Y es que Alejandro, para aquella época, era la persona más popular y querida de los alajuelenses, de aquellos ciudadanos que pertenecían a una población, oficialmente declarada como ciudad, pero que se negaban a renunciar a la intimidad y sencillez que solo los pueblos de verdad logran mantener. De Alejandro, vida y milagros conocían tanto el vendedor de verduras del mercado central como el abogado, el médico, el sacerdote y el pregonero de los periódicos.
Antes de que el director de la escuela nos comunicara del regreso de Alejandro, ya los escolares hablábamos en los recreos, en las tertulias callejeras, del Mago del Balón y, sobre todo, de algo que inquietaba nuestra curiosidad, que tenía una novia que se llamaba Julita y que apenas llegara se iban a casar; Julita, la hija del coronel José María Pacheco.
Recibimiento. En la estación del ferrocarril, desde temprana hora, estaban los alajuelenses esperando, hombres, mujeres, trabajadores, empleados públicos y chiquillos. Cuando Alejandro bajó del tren, con su fino sombrero de fieltro y su traje de corte español, muy ajustadito, aquello fue escándalo mayor.
Todos querían saludarlo, abrazarlo, tocarlo. A su rescate, llegó la delegación municipal para acompañarlo al despacho del gobernador, quien lo esperaba en recibimiento oficial.
La gente, en las calles, en el parque central, comentando bulliciosamente, esperó. Cuando apareció de nuevo, ahora sombrero en mano, comenzó la gritería: “¡Viva Alejandro Morera! ¡Viva el Mago del Balón!”, y un rumor, noticia que voló entre la multitud: “Alejandro va a la casa de Julita”. Unos corrieron para llegar primeros y estar en buen lugar para apreciar el acontecimiento; otros nos quedamos atrás como retaguardia del gran futbolista. Cuando llegamos, toda la familia Pacheco estaba esperando en el corredor externo de la casa.
Al final, Alejandro no caminaba, corría, volaba. Y luego, un abrazo interminable; la multitud enmudeció. Después, lloraba Julita, lloraba Alejandro, lloraban los chiquillos, lloraban las amas de casa, lloraba el pueblo entero de aquella ciudad maravillosa. Llanto de alegría porque un cuento de hadas llegaba a su venturoso final. Hasta el serio y respetable coronel Pacheco lloró.
El autor es abogado.