El antecedente más remoto de los nexos de Costa Rica con Ucrania se dio cuando esta última pertenecía al Imperio ruso y nuestra nación cumplía 50 años de autonomía.
El zar Alejandro II envió en 1872 una carta oficial al presidente Tomás Guardia por su reciente elección, la cual fue contestada en agradecimiento. Nicolás II nombró en 1912 un cónsul honorario en Costa Rica y nuestro país abrió una oficina en San Petersburgo, pero la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio ruso les dieron término.
Con posterioridad, y durante el comienzo del colapso de la URSS, la Rada Suprema o Congreso de Ucrania decidió la independencia el 24 de agosto de 1991, a lo que siguió un referendo, el 1.° de diciembre de ese año, en el que la población ucraniana reafirmó la emancipación.
Tres semanas después, Costa Rica se convirtió en una de las primeras naciones en reconocer la autarquía ucraniana, acto rubricado el 23 de diciembre de 1991 por el entonces presidente Rafael Ángel Calderón Fournier y el canciller Bernd Niehaus Q.
Tras las negociaciones, Ucrania y Costa Rica establecieron sus primeras relaciones diplomáticas oficiales el 9 de junio de 1992 y el médico Arturo Robles Arias (nuestro representante en la URSS desde 1990) fue designado primer embajador concurrente en territorio ucraniano a partir de 1993.
Un tercer país sirvió de puente para ambas naciones, pues en México el embajador de Ucrania también fue concurrente de Costa Rica.
Debemos tener muy presente esta unión y, sobre todo, mantener incólumes los principios, méritos y valores que la sustentan.
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Y es que gran parte de lo que hoy es Ucrania, por su ubicación geográfica, ha sido objeto de múltiples asentamientos y disputas. Además de localizarse en el centro de la región euroasiática, está circundada hacia el sur por el estratégico mar Negro y a distancias casi equidistantes de los mares Báltico, Caspio y Mediterráneo, aspecto territorial que ha originado desde varios milenios antes de la era cristiana que numerosas tribus, etnias y clanes, primero, y reinos, imperios y dinastías, después, se sucedieran en su conquista y dominio. Aparte de gozar de extendida fama por la riqueza de sus recursos naturales, poseía múltiples rutas y caminos para el intercambio comercial.
Hacia finales de la Edad Media, el suelo ucraniano quedó sometido a la égida de reinos como Polonia y Lituania, lo cual se acentuó en plena Edad Moderna, hasta que, hacia el siglo XVIII, el Imperio ruso y el Imperio austrohúngaro se convirtieron en los detentadores de su máxima autoridad.
En el siglo XX y tras el fin de la Primera Guerra Mundial (1918), Ucrania aspiró por vez primera a su independencia. Sin embargo, el nuevo ajedrez político ocasionó otras contiendas por su territorio y fue finalmente incorporada, en 1922, a la recién creada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), bajo cuyo mandato se mantendría durante casi siete décadas. Hoy lucha por seguir siendo libre y el mundo no debe dejarla sola.
El autor es profesor en la Facultad de Derecho de la UCR.