He escrito durante 28 años para periódicos y revistas. Y lo que constato es lo siguiente: el lector ya no se siente en lo absoluto interpelado por el pensamiento abstracto. La cultura de los “sucesos”, de las causes célèbres, de los affaires escandalosos, de lo contingente, concreto, personal, del más reciente desatino gubernamental, del último partido entre el Real Madrid y el Barcelona… Todo eso ha terminado por matar –el verbo no me parece exagerado– el gusto y la capacidad para el pensamiento abstracto.
Cada vez que mi respuesta, en una entrevista cualquiera, deriva hacia la abstracción y los conceptos universales, los oyentes se disocian de mi palabra. Para ellos, todo eso es letra muerta. Quieren datos, insultos, elogios, adhesiones o repugnancias, manifestaciones categóricas y tremendistas, hechos, anécdotas, respuestas puntiagudas, ponzoñosas, provocadoras, ocurrencias pimentosas; en suma: descargas de electrodos que sacudirán deliciosamente su sensibilidad.
Tan pronto entro en la latitud de la abstracción puedo percibir la extinción de su curiosidad, la pérdida inmediata de interés: abren un paréntesis en su atención, y pareciesen decir, con sus miradas desertadas por la inteligencia: “Bueno, esta es la parte aburrida de la respuesta, ahora me desconecto, dejo pasar toda esta verborrea y vuelvo a involucrarme cuando oiga nombres concretos, improperios, cosas excitantes y rigurosamente concretas que vuelvan a amarrar mi interés”.
Los culpables. ¿Quién es responsable de este estado de cosas? La respuesta, por supuesto, solo podría ser multifactorial, pero creo que dos agentes de imbecilización colectiva pueden ser determinados con absoluta precisión: la prensa, la media y su universal apología de la frivolidad, por una parte, y el debilitamiento de nuestros sistemas educativos, por otra.
Estos tenían, en principio, que operar como diques de contención a la bazofia que la media nos inflige. Lejos de ello, se han sumado a las filas de la estupidización y constituyen con ellas un frente estrictamente solidario y sistémico.
Una cosa, por lo menos, me resulta palmaria: el costarricense está en peligro de perder esa facultad particularísima que conocemos como pensamiento abstracto ( abs-traere ): extraer de un cuerpo de información los postulados universales que lo sustentan, y pensar desde ellos.
Esto equivale a una forma de ceguera, a la pérdida de un sentido, y tal cual se manifiesta en la juventud, adquiere una resonancia apocalíptica. Nos estamos haciendo más imbéciles. Es tan simple como eso.
Desconocimiento. En semanas recientes, fui invitado a dar una conferencia en un colegio josefino. Uno de los mejor reputados, añadiré. En algún momento de la actividad, le pregunté a los estudiantes –y los había por centenares– qué era la ética. Que me propusiesen, sí, una definición posible de la ética.
Nadie esbozó el menor alumbre de respuesta. Nada. Silencio de capilla de velación. Pero lo que más me consternó es que esa misma conferencia yo la había presentado en otro colegio –igualmente prestigioso– cuatro años atrás. En esa oportunidad, los signos vitales de los estudiantes fueron siquiera perceptibles. Cometieron el error de proponer ejemplos en lugar de definiciones, pero convendrán ustedes en que cualquier cosa es preferible al silencio.
Así que, en lugar de elaborar una formulación conceptual de la noción “ética”, propusieron una casuística, una enumeración, una lista de gestos y situaciones: “Ética es cuando un profesor califica a sus alumnos objetivamente, y no por preferencias subjetivas”; “ética es no copiar en los exámenes”; “ética es no burlarse de un compañero que tiene dificultades con alguna materia”; “ética es darle siempre crédito a los autores que uno cita”.
En los diálogos platónicos, vemos con frecuencia a Sócrates corregir a sus interlocutores, cuando estos le proponían ejemplos en lugar de definiciones. Ante la cuestión de la belleza, verbigracia, los sofistas corrían a decir “es la armonía del cuerpo de un efebo”.
Y Sócrates los iba guiando, según su método de la dialéctica ascendente, de lo concreto a lo abstracto. Pues bien, Costa Rica ya ha involucionado al siglo IV antes de Cristo. Pensamos “en ejemplos”.
Palabra clave. El primer problema es que, para ensayar una definición, necesitamos, en primerísimo lugar, un sustantivo que provea basamento sólido a lo que vamos a enunciar. Y sucede que casi siempre falta este sustantivo.
En el caso de la ética, los alumnos podrían haber construido lentamente su definición a partir de los sustantivos “facultad”, “virtud”, “disposición”, “deber”, “excelencia”, “obligación”, “atributo”, “cualidad”, “inclinación”, “mandato”, “código de convivencia”, “aspiración”, “ideal”, “propensión natural”, “construcción social”… Todo lo que tenían que hacer era elegir una de estas piedras angulares, y a partir de ellas habrían podido erigir una catedral. Pero no fueron capaces de proponer una sola. Sin ese sustantivo, sin esa palabra fundadora y fundamental, no es posible elaborar una definición.
Consulten, amigos, la lista diaria de los artículos más leídos en La Nación: los pleitos, los insultos, las provocaciones, las confrontaciones de toda suerte van casi siempre a la cabeza.
La gente desayuna con sangre, almuerza con esputo, toma café con bilis y cena con jugo pancreático. Agresividad, violencia, denuestos, escupitajos verbales. Los textos especulativos o abstractos no tienen lectores. Las peleas de gallos, los intercambios de insultos, las querellas, las reyertas (¡cuánto más personalizadas mejor!): eso es lo que “vende”, en el país más pacífico del mundo.
Costa Rica ya no sabe pensar. Era la consecuencia inexorable de no saber leer ni escribir. Nuestros estudiantes tienen problemas de lectoescritura que los incapacitan aun para la más sencilla exégesis de texto.
En cuestión de décadas, ellos nos gobernarán, ellos estarán al frente de nuestras más entrañables instituciones, ellos serán el músculo ejecutivo del país, ellos educarán a nuestros hijos y nietos. Costa Rica comatosa, Costa Rica trepanada, Costa Rica sometida a la lobotomía prefrontal… y será sin anestesia.
El autor es pianista y escritor.