Sé que, cuando se toca el tema religioso, se expone uno a ser criticado y malinterpretado. Sin embargo, hace días sentía deseos de referirme a la proliferación de sectas que han surgido a lo largo y ancho del territorio nacional.
Soy católico y respetuoso del principio constitucional de la libertad de cultos, pero considero que no debería permitirse el desorden y la anarquía de muchos grupos religiosos o sectas que acaparan lugares públicos y céntricos, irrumpiendo en la tranquilidad del descanso del ciudadano o en el silencio nocturno de barrios y pueblos, sin la debida consideración para los no afectos al movimiento.
Épocas de crisis. Es interesante notar cómo en las épocas de crisis es cuando con más fuerza surgen las sectas, buscando capitalizar el hecho de que la gente no encuentra realizaciones en sus vidas. También podríamos argumentar que el pueblo vive de mitos, hecho que la Iglesia católica ha intentado eliminar (la desmitificación cristiana), para que, de esta manera, todos podamos entender realmente los principios de la fe cristiana. Sin embargo, de este fenómeno se aprovechan los impulsores de sectas, que entienden que, por más esfuerzos que haga la jerarquía católica, la gente cree todavía en mitos. Así, por lo general, grupos pequeños de extranjeros traen y venden mitos que son aceptados por muchos costarricenses. Algo debe de estar pasando en nuestra sociedad para que la gente busque escapes religiosos sin siquiera comprenderlos ni entender el carácter neocolonialista que representan.
¿No cabría pensar en una enajenación social, en la que indirectamente intentan convertirnos en elementos pasivos para, de esta manera, mantener el orden establecido? Si así fuera, ¿cómo podríamos salir adelante con las crisis que nos golpean y nos enfrentan al reto del futuro?
Negocio. Analizando más en detalle el asunto de las sectas, notaremos que son pequeños grupos de extranjeros que, valiéndose de la fe innata del costarricense, logran montar un verdadero negocio, donde se manejan millones de colones que permiten pagar caros locales y programas de radio o televisión. ¿Estarán estos extranjeros a derecho con las leyes migratorias? ¿Cómo, quién y hacia dónde va el dinero que manejan estas sectas? ¿Se tributa? Mi comentario, más que una crítica, es un llamado a la meditación tanto de la jerarquía eclesiástica como del Estado. ¿Acaso no es capaz la Iglesia católica de satisfacer las ansias espirituales de los costarricenses para evitar su refugio en sectas? ¿Acaso el Estado no debería saber quiénes son los fundadores o apoderados de las sectas y cuál su contenido ideológico?
Vale la pena recordar que, en otros países, a varias sectas se les ha vinculado con negocios fraudulentos y con asesinatos rituales. ¿Habrá que esperar, para actuar, a que sucedan casos que lamentar?
Creo que, respetando la libertad de cultos, el Estado y la Iglesia deberían coordinar esfuerzos para que haya un marco legal que regule específicamente las sectas. Debería haber un registro de asociaciones religiosas, en el que se sepa quiénes son sus dueños y su filosofía. Además, creo que no sería malo que el Estado y la Iglesia fueran entes fiscalizadores del manejo del dinero de las sectas, ya que, al fin y al cabo, es dinero de los costarricenses.