Sí, los hados tienen sus caprichos. Siempre lo he sospechado, pero hay hechos que lo confirman. En 1813, a cuatro meses de distancia, nacen los dos más grandes operistas del siglo. Tal vez de todos los siglos (digámoslo quedito: no se vayan a enojar Mozart y Puccini). Wagner, Verdi. El primero llenó su música de metafísica, de mitología nórdica y celta, de sed de trascendencia, de misticismo, de ansia para la cual no había saciedad posible en la tierra. El segundo… pues el segundo se limitó a cantar a lo humano, a capturar emociones al vuelo: amor, celos, venganza, risa, devoción. Emociones volanderas, sí. Nada más… y nada menos.
Wagner erigió su propio templo (el Teatro de Bayreuth, destinado exclusivamente a sus dramas musicales, si no por su voluntad, sí por la de sus “feligreses”). Verdi no quiso ser templo, porque los templos fueron hechos para adorar, para prosternarse, para hablar con Dios. Y él quería que lo habitaran, ser posada tibia y segura, esas donde la gente se reúne a hablar, a reír, a confortarse con el buen vino, y, sí, también a llorar.
1830-1840: años de duelo para la ópera italiana. Después del megaéxito de Guillermo Tell , Rossini deja de componer y se dedica a la haute cuisine (¿han ustedes probado el “filete Rossini”?); Donizetti se hunde en el silencio y la locura; Bellini, autor de Norma, muere a los 34 años… Mientras tanto, los alemanes avanzan (Weber y Wagner) ¡y cuidado con los franceses, que por ahí anda ya Berlioz! Pero la ópera italiana tiene su joven paladín: Verdi. Cuanto más arrecia el ataque, más potente es la defensa: tan cierto de la ópera como del fútbol italiano.
Valores musicales de Verdi. ¿Qué valores musicales defiende Verdi? La expresión directa, a veces brutal, de las pasiones. La primacía de la voz humana, tratada de manera natural, nunca lanzada en competencia furiosa con esas orquestas abrumadoras de... pues ya saben ustedes de quién. La melodía abundosa, reina indiscutida del discurso musical, plástica, sinuosa, dibujo más que estructura. La alternancia de los recitativos (secciones narrativas donde el texto asume mayor importancia que la música), y las arias de résistance (esas que el público espera ansioso para ver si el pobre cantante “pega” el agudo). Los números corales (el famosísimo “Va pensiero” de Nabucco, alguna vez propuesto como himno nacional italiano).
Eso, y muchas cosas más, sí, pero, por encima de todo, la voz, siempre la voz, savia de la música popular, esa que irrigan los jugos nutricios de la tierra.
Todas las biografías de Verdi comienzan igual: “Hijo de un humilde mesonero de Roncole, campesino desprovisto de sofisticación…”. ¡Hasta cuándo, señores! ¿Será que los campesinos no son capaces de sofisticación? Pues Verdi lo era, ¡y cuánto!
Enorme, su vida. Vivió todo cuanto a un ser humano puede serle dado vivir. Fue reprobado en su examen de admisión al Conservatorio de Milán (¡buena seña!). Arrostró catorce fracasos o éxitos apenas locales antes de su primer triunfo internacional. Entierra a sus dos hijos, poco después a su esposa, Margarita. Abucheos como la lluvia, vítores de futbolista que alza la copa mundial. Héroe de la independencia y unificación italianas. Nombre convertido en sigla política (VERDI: Víctor Emanuel, Rey de Italia). Es electo diputado y senador del primer Parlamento de su país. Compone Aída , comisionada en 1869 por el virrey de Egipto (¡800.000 francos oro!) para ser estrenada en El Cairo, con ocasión de la inauguración del Canal de Suez. Llora la pérdida de su segunda esposa, Josefina. Aureolado de gloria, muere con su siglo, en 1901. Es objeto de funerales de prócer en Milán. Alguien, entre la muchedumbre, comienza a cantar: “ Va pensiero ”, el tema compuesto sesenta años atrás. La multitud se suma: pronto, es un clamor universal. Nunca compositor alguno fue tan querido por su pueblo.
¿Su legado material? Una pensión vitalicia asignada a cincuenta familias pobres de su amada Roncole. Un asilo con más de cien plazas para músicos retirados, en Milán. Trabajo y organizaciones sociales para, prácticamente, todos los campesinos de la región de Busseto: hospital, maternidad, casa de reposo. Y no sigamos, que su natural modestia hubiese preferido quizás que muchas de estas cosas no fuesen pregonadas urbi et orbi .
Verdi fue un artista engagé . Uno de los héroes del Risorgimento . Nabucco se convirtió en la voz de toda una nación. Expresión de un sentir colectivo. El martirio del pueblo hebreo, sojuzgado por los babilonios, su sed de libertad, su lucha por la autonomía ( auto-nomos : aquel que se da a sí mismo sus propias leyes), es percibido de inmediato como un trasunto histórico de la Italia fragmentada y vejada por Austria.
Presentación de ‘Nabucco’. En Costa Rica se está presentando Nabucco. Producto de dos personas excepcionales: Patricia Conde y Guillermo Madriz, que se cuentan –digamos las cosas como lo hubiera hecho Verdi: fortísimo y en Do mayor– entre los más lúcidos espíritus que han dirigido, respectivamente, la Compañía Lírica Nacional y el Centro Nacional de la Música. Ellos son los responsables de este milagro. Dos gestores de belleza que han hecho, a su manera, las veces de líderes de un risorgimento musical en Costa Rica.
¡Cómo me gustaría que, al escuchar el Va pensiero , nuestro público se pusiese de pie, como los ingleses con el Aleluya de Händel! ¡Sería un homenaje tácito a todos los pueblos oprimidos del mundo, esos que en este momento luchan por su próxima bocanada de aire, ante la mirada impasible de un planeta que observa el dolor humano desde la seguridad de las pantallas de televisión, como si de una peliculilla de ficción se tratase!
¡Qué grande era Verdi! Veo sus últimas fotos… ¡El viejo se merecía su rostro, esculpido por la vida: noble, bondadoso, guerrero que duerme, y, aun en el sueño, parece indoblegable!