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¿Cómo no quererlo?

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Sí, los hados tienen sus caprichos. Siempre lo he sospechado, pero hay hechos que lo confirman. En 1813, a cuatro meses de distancia, nacen los dos más grandes operistas del siglo. Tal vez de todos los siglos (digámoslo quedito: no se vayan a enojar Mozart y Puccini). Wagner, Verdi. El primero llenó su música de metafísica, de mitología nórdica y celta, de sed de trascendencia, de misticismo, de ansia para la cual no había saciedad posible en la tierra. El segundo… pues el segundo se limitó a cantar a lo humano, a capturar emociones al vuelo: amor, celos, venganza, risa, devoción. Emociones volanderas, sí. Nada más… y nada menos.








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