He leído con atención las denuncias presentadas por varios hombres adultos contra el sacerdote Mauricio Víquez por presunta violación y abuso sexual reiterados, aparentemente sucedidos cuando fueron niños o adolescentes y eran monaguillos.
Son testimonios cargados de un profundo dolor y relatados con mucha valentía, ante una estructura eclesiástica empeñada en encubrir abusadores y una sociedad que guarda silencio.
De todo el horror que leí, me produce una indignación profunda que, al parecer, desde el 2003, el hoy arzobispo de San José, José Rafael Quirós, estaba enterado de la situación. Las víctimas relatan con dolor las palabras dichas por Quirós cuando se enfrentaron a reclamarle: “Se me pasó el asunto”.
Debe renunciar. Si Quirós tuviera un poquito de vergüenza y respeto por su cargo, renunciaría. Su excusa es absolutamente inaceptable. Me pregunto: ¿Cuántos abusos se habrían evitado de haber actuado con celeridad?
No me refiero solamente a iniciar un trámite de denuncia eclesiástica, totalmente ineficaces como está comprobado. Sino a su deber legal de denunciar penalmente, pues vivimos en un Estado de derecho y, si las iglesias son lugares donde permanecen menores de edad en labores como las de monaguillos, entonces les cubre la obligatoriedad del artículo 49 del Código de la Niñez y la Adolescencia donde se resguarda el principio del interés superior de la persona menor de edad y la obligatoriedad de denuncia, aun sin pruebas, cuando exista una sospecha razonable.
Me llena de rabia e indignación el silencio de la comunidad eclesiástica. ¿Por qué los cristianos no están en media calle exigiendo respuestas y sentando responsabilidades? ¿Qué pasó con la gran cantidad de asistentes a las “marchas por la vida y la familia”? ¿Acaso no les importan estas vidas? ¿Quién está protegiendo a los niños y a las niñas que llegan a las parroquias con la ilusión de ser tomados y tomadas en cuenta por el sacerdote?
Apoyo de la sociedad. A todos los denunciantes yo les creo, así como a las mujeres cuyas voces se alzan contra el expresidente de la República Óscar Arias y lo han acusado en los últimos días. Su valor me llena de admiración. Estamos en un momento histórico porque al fin se habla de la violencia sexual en voz alta, en un país como el nuestro, donde las estadísticas de este tipo de violencia son escalofriantes. Me temo, además, que apenas estamos viendo la punta del iceberg.
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A todas las personas que han tenido que llorar en silencio y sobrevivido a solas las secuelas del abuso sexual, les pido que denuncien. Sé que la fuerza de los testimonios salidos a la luz pública se multiplicará cuando se unan más y más voces.
Espero que ese dolor que les ha ahogado el corazón sea liberado y gritado a todo pulmón porque muchas personas les creemos y las vamos a escuchar. No olviden que la culpa es del agresor, no de ustedes. Que caiga quien tenga que caer: los abusadores y los encubridores.
carolina.sanchez.hernandez@una.ac.cr
La autora es socióloga.