–¿De dónde sos? –¡De Costa Rica!–. –¿Del país más feliz del mundo? –¡Sí, el del “pura vida”! Estas preguntas y respuestas las intercambiamos con frecuencia cuando en el extranjero nos preguntan de dónde somos.
Inmediatamente se nos sale el orgullo tico y les contamos que en nuestro país el 95% de la electricidad es producida con recursos renovables, el 5% de la biodiversidad del mundo vive en nuestro país, el 25% de nuestro territorio es zona protegida, la expectativa de vida al nacer es de 80 años y tenemos casi 150 años de tener educación primaria pública gratuita y casi 70 de educación secundaria costeada por el Estado.
Sí, definitivamente, somos un país del cual sentirnos orgullosos, uno que abolió el ejército hace 69 años. ¿Cómo es posible que en una época en que predominaban las dictaduras militares en América Latina pudiéramos llevar una vida sin la protección de un ejército y, aún mejor, sin guerras? Estas y muchas más preguntas nos las hacen nuestros vecinos latinoamericanos, e incluso personas de otras partes del mundo.
La guerra. Lamentablemente, muchos no saben que sí vivimos en guerra, pero en nuestras calles. Sufrimos diariamente la agresividad de conductores desesperados por llegar a su destino. En el campo de batalla que son nuestras vías, nadie cede el paso, lidiamos con conductores transgresores no solo de las reglas de vialidad, sino de las reglas de cortesía y convivencia armoniosa.
Como ticos, sabemos lo que es experimentar día a día un tráfico terrible y tener que calcular una hora para atravesar la ciudad. Claro que eso nos desespera. Estoy segura de que todos sufrimos este y muchas más situaciones que nos van convirtiendo en protagonistas de este campo de batalla. Pero ¿quejándonos todos los días con nuestros familiares y amigos algo se va a solucionar?
El sentimiento de frustración y agresividad se incrementa porque, como bien sabemos, la infraestructura y las calles no se van a arreglar de la noche a la mañana, no hay mucho que podamos hacer como ciudadanos. Entonces, mientras las autoridades encuentran soluciones de transporte o construyen infraestructura que baje la presión de nuestras calles, ¿qué vamos a hacer?
Actitud. Creo firmemente en esta teoría: los pensamientos atraen lo que vivimos. No podemos eliminar las presas, pero sí podemos modificar nuestra actitud. Si cada uno de nosotros saliera a la calle a practicar virtudes humanas como la paciencia, la tolerancia, el respeto, la generosidad, la serenidad y, sobre todo, sin una gota de egoísmo, la situación sería mucho mejor.
Sí, las presas no van a desaparecer porque tengamos una mejor actitud, pero seríamos el país de paz con que nos conocen en todo el mundo.
Sí, la infraestructura vial aún tardará en construirse, pero retomaríamos la identidad del país “pura vida” que hace tiempo perdimos entre las presas.
Sí, aún tardaríamos una hora en ir al trabajo, pero volveríamos a ser los conductores más felices del mundo.
La autora es administradora de negocios.