Fui una niña callada desde el kínder, aplicada, y de vez en cuando obtenía el mejor promedio del salón. En el último año de secundaria, en el Liceo Unesco de Pérez Zeledón, las cosas no fueron muy diferentes.
Con 17 años, quería escoger una carrera sin equivocarme ni perder tiempo. Escoger el rumbo de mi vida profesional a esa edad implicaba un gran esfuerzo de autodescubrimiento. Aunque la orientadora del colegio me enseñó todos los brochures que le habían enviado las universidades públicas, no entendía los nombres de las materias de los programas de estudio universitario.
Insegura, opté por un diplomado en Lengua Inglesa, mientras me decidía por algo mayor. En enero del 2012, durante el segundo año en la Universidad Nacional, conocí a la persona que me conectó con la Comunicación, un productor audiovisual que trabajaba en un canal nacional. Consideró que mis aportes eran buenos; sus palabras me guiaron.
En esos días, puse un programa matutino en la tele y Edgar Silva, presentador y periodista, egresado de la que luego sería mi escuela, hablaba de su experiencia cuando empezó la carrera. Fue como que me dieran consejos al oído. Él, como yo, es de zona rural, y me sentí muy identificada. Sus palabras me motivaron a esforzarme por continuar.
Hice el examen de admisión sin éxito. La carrera tenía uno de los puntajes más altos. Me sentí hundida. No tenía dinero para ir a una universidad privada. Estaba condenada a trabajar en cualquier cosa menos en la profesión de mis sueños.
Sin embargo, existía la posibilidad de entrar más adelante mediante las notas de excelencia. Me tomó dos largos años, me mudé a San José y empecé a sufrir debido a la obligación que me impuse de obtener calificaciones de 10 y 9,5.
Mi estrés fue muy intenso porque, además, mi familia, mi verdadero sostén, estaba físicamente lejos. Fue un tiempo difícil para una muchacha que apostaba por algo sin saber si lo conseguiría en un segundo intento.
En febrero del 2015, me aceptaron en el bachi en Ciencias de la Comunicación Colectiva en la UCR. Han pasado seis años desde ese día, y en abril recibiré dos títulos.
Hace un par de años, departí en una reunión para estudiantes de zonas alejadas con Edgar Silva, el periodista que me inspiró desde la pantalla. No me atreví a contarle la anécdota que marcó mi futuro profesional. Ese día le pedí un consejo, y entre las palabras que utilizó para referirse a mí, estaba colega… Recordé todo lo que había vivido para llegar hasta aquí.
La autora es estudiante de Comunicación en la UCR.