Cierre un momento los ojos y trate de imaginar cómo será el mundo en el que vivirán sus hijos, los niños de hoy, dentro de 30 años.
¿Logra visualizar cómo serán las sociedades, las relaciones familiares, los medios de comunicación, la política o la calidad del ambiente? ¿Cuáles serán las profesiones más buscadas o las habilidades y competencias que los harán más aptos para sobrevivir en el 2050?
En un mundo en que la realidad tangible y la presencialidad ceden espacio a la inmersión virtual, el metaverso, el teletrabajo, las criptomonedas, la internet de las cosas y otras tecnologías disruptivas, es difícil imaginar cómo será “un día normal” a mitad de este siglo. No podemos juzgar si será mejor o peor, pero sin duda será muy diferente.
Lo que sí podemos afirmar es que nuestros hijos desarrollarán mejor su capacidad de adaptación a esta dinámica vertiginosa de cambios si van acumulando, desde ahora, el conocimiento, las habilidades, la experiencia y los recursos que les permitan enfrentar situaciones novedosas o imprevistas.
Uno de los buenos hábitos o recursos que le serán muy útiles en el futuro es la cultura del ahorro, especialmente cuando se desarrolla desde temprana edad. Ahorrar es una práctica que no ha perdido vigencia, por más cambios que haya experimentado la humanidad durante milenios.
El ahorro antecede incluso a la aparición del dinero, cuando las antiguas civilizaciones comprendieron la importancia de guardar semillas y parte de sus cosechas para asegurarse el abastecimiento diario y contar con reservas de alimentos en época de “vacas flacas”.
Por esa razón, el esfuerzo desde ahora como familia, como sociedad, como país, encaminado a desarrollar en nuestros hijos el hábito del ahorro será una de las mejores aportaciones para posibilitarles un futuro mejor.
La tarea de incentivar la costumbre del ahorro entre los niños, con el propósito de que lo incorporen a su estilo de vida, usualmente recibe el primer impulso en el seno del hogar, pero es solo una parte de un esfuerzo más integral, que incluye un ejercicio responsable del uso del dinero y una identificación clara de la relación entre ingreso y gasto de una familia.
Para facilitar esa labor, muchas instituciones financieras ponen a disposición de los clientes y del público en general herramientas y aplicaciones gratuitas de fácil uso, con las cuales se puede construir y administrar un presupuesto familiar, categorizar y llevar control de los gastos, así como también estimar cuánto se puede destinar al ahorro, con diferentes plazos y propósitos.
Estas herramientas estimulan la participación de los menores de la casa y van construyendo en ellos esa buena práctica.
Fuera del entorno familiar, las instituciones financieras, entidades educativas e incluso gobiernos han comprendido la importancia de la educación financiera ligada al ahorro y han generado diferentes iniciativas para promoverla, ya sea de manera directa o por medio de alianzas entre diferentes sectores.
Hay buenos ejemplos de programas colaborativos entre entidades financieras y organizaciones no gubernamentales o de voluntariado con centros de enseñanza e instituciones oficiales de educación.
Verónica Frisancho, economista sénior del Departamento de Investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quien ha realizado varias investigaciones sobre esta materia, sostiene que “el desarrollo de programas de educación financiera dirigidos a niños y adolescentes ofrece un gran potencial. Por un lado, la provisión de educación financiera dentro de la escuela ofrece la posibilidad de llegar a un público cautivo, especialmente en un contexto en el que distintos gobiernos intentan incluir este tema dentro del currículo escolar”.
Para secundaria, la investigadora cita que “el programa también produjo mejoras significativas en las habilidades de autocontrol y efectos positivos en los hábitos de compra y la autonomía financiera de los estudiantes. Asimismo, se redujo la proporción del gasto destinado a bienes de consumo superfluo”.
Junto con este caso citado, existen en América Latina, incluida Costa Rica, otras experiencias positivas con programas de educación financiera dirigidos a niños y adolescentes, impulsados por el sector bancario, que han logrado mayor impacto al establecer alianzas con los campos educativo, público y privado y también con gobiernos.
Otro de los elementos fundamentales para lograr el interés de los niños por desarrollar hábitos de ahorro es llevar el mensaje por medio de las técnicas de aprendizaje apropiadas para su edad. En este sentido, las experiencias de carácter lúdico arrojan buenos resultados.
Un ejemplo de estas propuestas que ayudan a los pequeños a familiarizarse con el manejo responsable del dinero es la sala de educación financiera recientemente inaugurada en el Museo de los Niños, en alianza con Davivienda, la cual permite a los menores aprender sobre las finanzas, los bancos, la seguridad y el ahorro por medio de un viaje interactivo por esos mundos.
El concepto de esta sala se basa en una herramienta virtual llamada Monetarium, que con criterios pedagógicos va guiando a los pequeños en un recorrido por esos temas.
Un tercer factor que influye de manera decisiva en el éxito de la educación financiera dirigida a menores es lograr conexión e identificación con el público meta.
Estas iniciativas deben estar “conectadas” con la realidad en la que ellos se desenvuelven: los aspectos económicos, sociales y culturales de su entorno; las necesidades y capacidades de los menores; y proponer caminos de ejecución realistas, con metas alcanzables.
Como cuarto elemento, podemos citar la perseverancia. El cerebro de los niños es mucho más permeable que el de los adultos para adoptar nuevas ideas y conocimientos, y se adapta más rápidamente a los cambios. Sin embargo, la formación de un hábito implica interiorizarlo como algo que nos resultará beneficioso y practicarlo persistentemente hasta que se vuelva parte del estilo de vida.
Retomando las preguntas hechas al inicio, todos quisiéramos saber, con el mayor grado posible de certeza, cómo será el mundo en el 2050, ese en el que les tocará vivir a nuestros hijos.
Lamentablemente no podemos; pero sí tenemos en nuestras manos la posibilidad de dotarlos de las herramientas y recursos más diversos para que puedan enfrentar ese futuro aún desconocido.
En este 2022, los niños tienen la posibilidad de visitar el Museo de los Niños y aprender sobre educación financiera en la sala dedicada a este fin, la cual les permitirá obtener herramientas de altísimo valor para que adultos tomen decisiones acertadas respecto al dinero.
Estoy seguro de que ni los antiguos prisioneros de la Peni, y mucho menos la sociedad costarricense de hace 50 años, pensaron que ese lugar oscuro y peligroso se convertiría hoy en un espacio de amplio conocimiento.
La educación, incluida la financiera, y el hábito del ahorro son parte de las capacidades y recursos que les permitirán estar mejor preparados cuando, a mitad de este siglo, ellos deban tomar decisiones por sus propios hijos.
El autor es presidente de Davivienda Costa Rica.