El agua cubre el 75% de la superficie del planeta Tierra; existen unos 1.386 millones de km³ de agua, cantidad que se ha mantenido constante en un ciclo hidrológico esencial para la subsistencia de todas las especies. De este gran total, 1.338 millones km³ (96,5%) se encuentran en los océanos y mares interiores.
El 2,5% es agua dulce, un 2% se encuentra en forma de hielo en los glaciares y únicamente un 1% es accesible para las actividades humanas como la industria, agricultura, agua para consumo humano y el saneamiento. Existe una confusión de concepto, en este escenario viviente, y en las últimas décadas nos hemos preguntado: ¿es el recurso hídrico renovable o no?
La respuesta es que la cantidad de agua no ha variado desde épocas prehistóricas; es decir, el agua que consumieron los dinosaurios y personalidades como Sócrates y Platón, se encuentra circulando en el flujo del ciclo hidrológico. No obstante, este preciado líquido no se encuentra homogéneamente distribuido en nuestro planeta y, si bien este es renovable o inagotable, existen tres tipos de escasez de agua.
El primer tipo es la escasez física del agua, la cual se traduce como la limitación en el acceso a fuentes de agua para consumo humano, riego, industria y otros menesteres como la recreación; ejemplos de este tipo se presenta en muchas latitudes del mundo como el África Subsahariana, Asia, España y en algunos países del continente americano.
La escasez económica del agua, es el segundo tipo, que está determinada por ausencia de infraestructura para llevar el agua a las viviendas e incluso las limitaciones económicas de los países subdesarrollados para construir represas y producir energía eléctrica; actualmente, 1.600 millones de personas sufren este tipo de escasez.
El tercer tipo, es la falta de disponibilidad del agua de buena calidad, debido a la contaminación provocada por el desarrollo poblacional, el incremento de la industria y la ausencia de tratamiento de las aguas residuales.
Lamentablemente, los tipos de escasez enumerados, se agravarán en al menos un 20% por los efectos del cambio climático, pero por sobre todo debido a la inercia política de algunos Gobiernos, que favorece las inequidades en el acceso al agua y saneamiento.
Ante la situación expuesta, es necesario proteger el recurso hídrico, aumentando las zonas boscosas y “cosechando agua” mediante tecnologías que permitan la infiltración del agua en los acuíferos; además, educando a la población para mejorar el uso eficiente del agua.
Quizás, si iniciamos ya un cambio de cultura en el manejo del agua, podremos preservar para las nuevas generaciones este elemento esencial de la vida.