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Sócrates se empeñó en la búsqueda de la verdad. (Shutterstock)
Sinceridad significa ser una persona apegada a la verdad, a lo sencillo y directo. Se relaciona con la franqueza y la honestidad, en oposición a falsedad, hipocresía y fingimiento.
La verdad construye relaciones fuertes y duraderas. Nos hace más humanos y cercanos. Es un valor ético, pues promueve el respeto. La mentira crea vanas ilusiones, ofrece impresiones falsas, engaña y siempre falla porque defrauda, provoca un grave daño: desvanece la confianza y la esperanza.
Algunos ven la mentira como un recurso político, y no es raro detectarla en los debates públicos. Es una situación preocupante, pues atenta contra la democracia. Contrasta con la significación que se le daba a la sinceridad en la antigüedad.
Se decía que quien mentía tenía la «lengua partida». Era considerada una persona no fiable. El que miente carece de argumentos. Ser y parecer son asuntos distintos. Aparentar llega a convertirse en una herramienta, una estrategia, una postura para conseguir un buen puesto o un beneficio personal; es la renunciar a profundas convicciones. Quien elude una tarea o responsabilidad confiadas falta a su deber.
La posverdad tiene cada día más presencia social y política. Es una distorsión de la realidad en la que los hechos objetivos pesan menos que la apelación a las emociones personales. Prevalece el «yo siento» por encima del «yo pienso». Expertos afirman que lo que mejor caracteriza la posverdad es el desprecio por la verdad, lo cual crea un vacío que se llena de ficción, no de realidad.
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El amor a la verdad se inculca, porque sin ella no somos libres, ni sabemos distinguir lo verdadero de lo falso, y nuestra vida carecerá de coherencia y sentido. «Quien ama la verdad la busca de forma ilusionada y perseverante; además, apunta alto y no se conforma con la inicial ausencia de respuestas. Aunque algunas veces el tiempo de búsqueda se alargue, no es tiempo perdido, sino de aprendizaje», afirma Gerardo Castillo, profesor de Ciencias de la Educación en Navarra, España.
Debemos procurar beber de buenas fuentes. No desestimar la capacidad que tenemos para lograrlo. Sócrates solía decir que cuando al ser humano se le anula su natural tendencia hacia el saber se le esclaviza en la peor prisión, la de la oscuridad mental: la ignorancia.
Añadía que la forma más grave de ignorancia no es la del que no sabe sino del que carece de interés en aprender. Castillo sugiere inscribir estas palabras en el pórtico de todos los parlamentos: «A quien ame la verdad le repugnará la mentira».
El problema de la verdad venía atrayendo la atención de los filósofos. En el libro «Gorgias», Platón afirma que la retórica es una técnica y la filosofía, una ciencia verdadera. Para Aristóteles, la retórica era el arte de hablar o escribir de forma elegante y con corrección con el fin de deleitar, conmover o persuadir.
Sócrates se empeñó en la búsqueda de la verdad y enseñó a sus discípulos que ella es inalcanzable sin el uso adecuado y honesto de la palabra. Sus seguidores comprendieron los peligros del relativismo retórico y entendieron que el uso de la palabra debía estar estrechamente ligado al cultivo de la ética.
La conquista y el monopolio del poder pueden hacer usufructo de la palabra para engañarnos. La mentira puede ser un arma y enfermedad políticas. La verdad es su medicina.
La autora es administradora de negocios.