El próximo 7 de diciembre se cumplirá el centenario de una renuncia memorable. Corría el año 1917, en Europa las potencias se desengraban en lo que luego se llamaría la Primera Guerra Mundial, con el consecuente cierre de los mercados a nuestros escasos productos de exportación y, en Costa Rica, un grave déficit fiscal agobiaba al presidente de la República, Federico Tinoco Granados, luego de haber derrocado, el 27 de enero de ese año, a Alfredo González Flores, quien había fundado, en 1914, el Banco Internacional de Costa Rica (hoy Banco Nacional de Costa Rica).
Para despertar la confianza del público, don Alfredo fue el segundo cliente en depositar en el nuevo banco y quien giró el cheque n.° 1. Además, nombró como directores a un equipo de 10 ilustres ciudadanos (siete titulares y tres suplentes), les dio independencia absoluta del gobierno y los responsabilizó de los resultados de la naciente institución bancaria, lo cual, dicho sea de paso, hicieron muy bien: el nuevo banco estatal rápidamente ganó la confianza pública y, en plena guerra, obtuvo utilidades de ¢333.101,83 en el primer año de operación y de ¢394.146,82 en el segundo. En octubre de 1917, la utilidad líquida fue de ¢441.946,35 y la cantidad de Juntas de Crédito Agrícola ascendió a 33 en todo el país.
Patrón oro. La creación del banco estatal supuso, entre otras cosas, la suspensión temporal del patrón oro; es decir, de la obligación de los cuatro bancos privados (Anglo Costarricense, de Costa Rica, Comercial de Costa Rica y Mercantil de Costa Rica) y del único banco público, de tener en sus bóvedas oro físico suficiente para respaldar los billetes emitidos y puestos en circulación.
Recordemos que en esa época no había banca central. El encargo para el flamante banco del Estado era, en esta materia, generar utilidades, comprar oro y acumular lo suficiente para volver a la convertibilidad de los billetes.
El 7 de diciembre de 1917 el gobierno emitió un decreto que regiría a partir del día siguiente, mediante el cual le ordenaba al Banco Internacional de Costa Rica que, a cambio de letras de exportación de café, le entregara todo el oro acumulado para que el gobierno hiciera los pagos de la deuda externa.
¿Qué hizo la Junta Directiva del banco del Estado para mostrar su desacuerdo con esa medida? Renunció en pleno de inmediato.
Aquileo. Aquellos que, como yo, ya no nos cocinamos en poquita agua, recordamos entre brumas cuando leíamos a Aquileo y representábamos Mercando leña o La firmita en las veladas escolares. Para entonces, Las concherías nos hablaban con nostalgia de una Costa Rica ya muy lejana, que se desdibujaba en el horizonte entre fugaces lampos ambarinos cuando, al decir de Marchena, el día ya no es día y la noche aún no llega.
Si hoy Aquileo Echeverría tuviera que reescribir sus versos, visto el panorama político actual, a lo mejor su epigrama no se llamaría La firmita, sino La renuncia.
Como dijo Martín Fierro en los consejos a sus hijos: “Muchas cosas pierde el hombre que a veces las vuelve a hallar; pero, les debo enseñar y es bueno que lo recuerden: si la vergüenza se pierde, nunca se vuelve a encontrar”.
El autor es comunicador.