Al ver la situación tensa y económica que azota a nuestro país, mi corazón me dicta que no puedo ni debo quedarme callada. Cuando empezó la huelga masiva contra el plan fiscal, todo parecía normal. Era una huelga más y el derecho de los sindicatos a protestar y luchar era visto no solo como la característica de un país de derecho, sino también como algo digno de apoyar.
Con el paso de los días, los acontecimientos fueron dando un viraje hacia el abuso y los derechos de los sindicatos contra los de los ciudadanos. Empezaron los bloqueos de carreteras, sabotajes en oleoductos de la Refinadora Costarricense de Petróleo (Recope), incendios, bloqueos en las líneas del tren, insultos a autoridades del gobierno, cierre de comedores escolares, insultos a los diputados, insultos graves a la figura del presidente de la República y, para colmo de males, educadores se fueron a pasear fuera del país durante un mes, es decir, a vacacionar.
Cuando Gilberto Cascante, presidente de la Asociación Nacional de Educadores (ANDE), propuso a los manifestantes entrar en razón y deponer la huelga, le silbaron y lo llamaron maricón.
Algunos sindicalistas retomaron la cordura y poco a poco fueron volviendo a sus labores, sobre todo, los del sector salud, de los que más daño hicieron a pacientes de hospitales y clínicas.
Estudiantes abandonados. Increíblemente, los sindicatos de los educadores abandonaron la cordura, el civismo y su materia prima: los estudiantes. Se les pasó la mano y su actuar ha tenido en el país repercusiones nefastas, no solo económicas, sino también emocionales y morales. Por más que ahora el Colegio de Licenciados y Profesores en Letras, Filosofía, Ciencias y Artes de Costa Rica (Colypro) intente tomar medidas para levantar la imagen de los educadores, no surtirá efecto. El educador solito se echó la soga al cuello.
Han perdido autoridad y credibilidad ante los estudiantes, los padres de familia y el país en general. Estuvo excelente protestar, luchar por lo que se cree mejor para el país, pero todo en la vida tiene un límite. No fue justo abandonar a sus estudiantes, no dar notas del II y III trimestre, no organizar centros de estudio para preparar a los muchachos de bachillerato y dejar a los alumnos a la deriva.
Un comportamiento como este jamás había ocurrido en el país, y hoy deja un horrible sabor de boca.
La educación es un apostolado, es vocación, es amor y rigor a la vez, es dar buen ejemplo, pero, sobre todo, es formar en principios y valores y en reglas de urbanidad. También es sacrificio, y el que no tiene esas cualidades, que no asuma la misión y cambie de trabajo.
Yo me pregunto con qué autoridad moral los educadores (si se pueden llamar así) van a mirar a sus estudiantes a los ojos de ahora en adelante, si ellos mismos les han dado el ejemplo para tirarse a las calles, bloquear la avenida central para protestar por un bachillerato que, según ellos, estaba irregular.
Otros profesionales. Los educadores de antaño y ya pensionados, a los cuales pertenezco, siempre tuvimos muy clara nuestra visión y misión.
Educadores: la asignación de esta palabra sagrada, educador, hoy no les va. Educar es entrega y amar inmensamente lo que se hace por sobre cualquier dificultad y, especialmente, dar muy, pero muy buen ejemplo.
Como en todo hay excepciones, felicito de corazón a quienes no abandonaron las aulas y a quienes aun después de ir a la huelga regresaron a sus trabajos siguiendo el dictado de su corazón. Aunque los jueces reviertan el fallo y decidan decretar la huelga legal, como erróneamente hicieran con Recope, el daño está hecho. No hay marcha atrás.
La autora es profesora de Matemáticas pensionada.