Que este sea el último espectáculo de los “100 días”, copia de circunstancias especiales en tiempos de Roosevelt, convertido, luego, para los Gobiernos, en tortura mediática; para la oposición, en hipocresía y para el resto, en diversión política. ¿Qué ser humano, institución o empresa puede, en tan exiguo plazo, dar cuentas de su valía o capacidad?
Hagamos, más bien, un trato y pensemos en nosotros y en lo que pasó ayer. Pasemos revista a los problemas reales, a cargo, por años y años, de los mismos personajes y pidámosles cuentas de sus actos y, sobre todo, de los muertos con los que han abonado los cementerios. No por 100 días, sino todos los días.
Ayer sufrimos una de estas macabras escenas. Un autobús, entorpecido por un vehículo que tuvo que frenar, se fue al río. En su camino aventó a una madre y a su hijita, de dos años. De nuevo, sufrimiento, muerte, viudez, orfandad en un hogar. Salieron de su casas vivos y regresaron muertos. Esta parece una descripción pueril, pero es una realidad cotidiana. ¿Fatalismo? ¿Un riesgo al que todos estamos expuestos? Los análisis pueden colmar anaqueles de explicaciones. El sentido común, sin embargo, y una larga historia de muertes hablan, sin mayores filigranas técnicas, de la rutina oxidada del exceso de velocidad y de consecuencias tan devastadoras como no guardar la distancia. En otros capítulos mortales, estas causas llevan el nombre prosaico de consumo de licor.
Quienes por años y años (casi toda Costa Rica) hemos pasado por esa carretera, entre La Sabana y más allá, hacia el oeste, sabemos que “todo el mundo lo hace”. Así es, igual que en el resto de las carreteras del país. No por 100 días, sino por siempre jamás. Somos animales de costumbres y, sobre todo, de costumbres mortales, convencidos del gran axioma tico: “A mí no me va a pasar”. Y pasa, pero lo peor es que nada pasa. A los autobuses y a los furgones les cabe el sangriento honor del mayor obituario vial por exceso de velocidad.
Y detrás de los furgones desafiantes y de los autobuses colmados de gente y a toda velocidad se encuentran los propietarios. ¿Capacitan –y controlan– a los choferes para que respeten la vida de los que llevan y de los peatones, o bien les exigen el cumplimiento férreo de un horario? Sea lo que sea, alguien debe dar cuenta cabal de tantos asesinatos. Estas no son muertes casuales. Son muertes evitables. La razón es la facultad de supervivencia del ser humano.
¿100 días? Todos los días' Y nada pasa, solo el cortejo de los muertos y los deudos.