El presidente José María Figueres concluye hoy un primer año de labores marcado por dos períodos muy definidos. En el primero, de casi diez meses, las promesas incumplibles nublaron la realidad, la confrontación prevaleció sobre el acuerdo y la dispersión sobre la dirección. En el segundo parecen estarse imponiendo el realismo, la concertación y una visión más precisa sobre las necesidades nacionales.
Se cumple así este período con el sinsabor de mucho tiempo perdido y la realidad de un país ante una preocupante coyuntura económica, pero con la esperanza de que a partir de los yerros de doce meses --y los acumulados de otras administraciones-- puedan ejecutarse una serie de acciones que conjuren los problemas crecientes y sienten las bases para un desarrollo más estable. En esto la oposición y otros sectores sociales también tienen un importante papel que jugar.
Los principales errores cometidos por el Presidente y su equipo se gestaron durante la campaña política, caracterizada por una virulencia verbal inusitada e irresponsables promesas de ambos bandos. Figueres, entonces candidato, optó por una retórica contraria a la reforma estructural, la austeridad y la reducción del Estado. Más bien, estos objetivos se convirtieron en el equivalente de lo negativo, entonces llamado "neoliberalismo".
En los primeros meses de gobierno, el mandatario creyó demasiado en su discurso de campaña, no evitó la confrontación, descuidó las reformas, aflojó los controles fiscales y se involucró en una actividad ejemplar por su dinamismo, pero inconveniente por su dispersión. El choque con la realidad no tardó mucho en llegar: el enorme déficit fiscal, las expectativas incumplidas, el descontrol de las relaciones con el Poder Legislativo, los roces innecesarios con el Judicial, el marginamiento de la oposición y las contradicciones en el equipo de gobierno pasaron muy pronto la cuenta. El saldo fue una preocupante desorientación y una aguda baja en la credibilidad gubernamental. Peor aún, todo esto ocurrió sin que se hubieran tomado medidas que permitieran prever una recuperación a corto plazo.
En medio de los descontroles, se sentaron buenas direcciones en cuando a conservación ambiental, educación y salud, aunque en este campo poco se logrará si al énfasis preventivo no se añade una reforma completa de la Caja Costarricense de Seguro Social.
El gran golpe de timón simbólico se dio el 7 de marzo, con el anuncio de cambios en el Gabinete. A partir de entonces se abrieron canales de diálogo con la oposición y otros sectores sociales, se reconoció la necesidad de grandes reformas al Estado y se adoptó una retórica más conciliadora. El clímax de este proceso fue el acuerdo entre Figueres y Calderón, al que han seguido avances concretos. Gracias a estos pasos, por primera vez en muchos años surge la posibilidad de un gran acuerdo nacional que, aparte de solucionar agobiantes urgencias, resuelva agudos problemas de vieja data.
Iniciamos así el segundo año con un precioso tiempo perdido, con un deterioro económico que pudo ser menor y con un descenso en el capital político gubernamental que pudo evitarse. Sin embargo, se han sentado buenas bases en áreas específicas y, sobre todo, existe la disposición manifiesta de corregir problemas y actuar con visión de largo plazo. Esperamos que el Gobierno se mantenga en esta vía y que la oposición, sin deponer su papel contralor y crítico, sea un factor coadyuvante en los esfuerzos que siguen.