En la madrugada del viernes, en Múnich, se anunció un paso esencial para configurar un alto el fuego en torno a Alepo, histórica región castigada por encarnizadas batallas entre defensores del régimen de Bashar al-Asad e insurgentes contrarios a la dictadura. Este primer paso, conforme se informó, regiría a partir de hoy, y por una semana, con el fin de permitir el ingreso de ayuda humanitaria urgente para la maltratada población de Alepo, cuya capital fuera, en su momento, la ciudad más grande e industrializada del país.
El acuerdo, promovido por Estados Unidos y Rusia, se produjo en el marco de un grupo de trabajo diplomático cuyo objetivo inicial es plasmar una cesación de hostilidades transitoria, para luego proseguir la marcha hacia una suspensión formal, como lo exigen las normas internacionales. En el ambiente bélico que hoy existe en la zona de Alepo, este difícil primer paso quizás logre animar el arduo proceso de negociar un acuerdo más duradero.
Según los cálculos del Syrian Center for Policy Research, basado en Turquía, la guerra siria ha causado la muerte de 470.000 personas y son millones los desplazados. Entre tanto, Asad sigue con vida y protegido por sus aliados del Kremlin. Los rusos poseen una ultramoderna base naval y aérea en Latakia, y su personal militar en Siria se cuenta por miles. Con este trasfondo, no es difícil imaginar que Asad no daría un paso sin contar con sus protectores de Moscú y Teherán.
En los últimos días, las tropas de Asad han hecho importantes avances, acompañadas por los ataques aéreos rusos, de creciente frecuencia. Los violentos bombardeos han cobrado gran cantidad de víctimas e incrementan la salida de refugiados. Según las Naciones Unidas, hay 20.000 de ellos en la frontera con Turquía y se espera el arribo de otros 30.000.
En las últimas seis semanas, 80.000 sirios han llegado a Europa en precarias embarcaciones, más de la mitad de ellos mujeres y niños. En las costas de Grecia desembarcan unos 2.000 refugiados al día, no obstante los riesgos de navegar las inquietas aguas invernales, donde se estima que unas 400 personas han perdido la vida.
Desde el inicio de la intervención rusa en el conflicto sirio, hace cuatro meses, la dictadura se ha fortalecido al punto de tomar la ofensiva en varias provincias por primera vez en años. Le acompañan en el esfuerzo las milicias armadas por Damasco, incluidas fuerzas de Hizbulá, alineadas con Irán.
La hoguera ardiente de Alepo sigue bajo la égida de Rusia. Para Putin, la intervención en Siria es una apuesta que no se puede dar el lujo de perder. La aventura siria podría arrojar ganancias si fuera bien manejada en el tablero diplomático, entre otras razones porque provee una baza en las relaciones de Moscú con los Estados Unidos.
Las expectativas de Irán no son muy diferentes. La mejora de las relaciones con los norteamericanos tiene su origen en los convenios sobre política estratégica y trae importantes beneficios en el ámbito comercial. Siria posiblemente sea una ficha cara en el juego entre potencias.
La cuenta la está pagando la población de Siria y con mayor intensidad, en las últimas semanas, la de Alepo. Hay razones para dudar de la duración de los acuerdos alcanzados esta semana y de su transformación en un alto el fuego definitivo, pero, vista la tragedia, es imposible renunciar a la esperanza.
La matanza que se desarrolla en Siria, y particularmente en Alepo, debe afligir a los pueblos que poseen un sentido claro del humanitarismo y, a la vez, de la derrota moral que conllevan las muertes en esa y otras ciudades del ensangrentado país.