La nueva programación macroeconómica aprobada por la Junta Directiva del Banco Central confirma lo que hemos venido observando y comentando sobre las principales variables económicas en los primeros seis meses de este año, y proyecta un comportamiento bastante similar para los próximos dieciocho meses. Si de alguna forma pudiéramos definirlo, señalaríamos que el país disfrutará de estabilidad con crecimiento económico pero, a largo plazo, hay riesgos reconocidos por el propio Banco Central que podrían revertir el estado de cosas.
Producción. Medida por las variaciones en el producto interno bruto (PIB), la producción nacional experimentará un repunte en el 2016 y el 2017 ligeramente superior al 4% real. Esa tasa de expansión duplica la proyectada por el Fondo Monetario Internacional para los países desarrollados (2% en EE. UU. y menos en Japón y la Unión Europea), y supera el promedio latinoamericano. En Costa Rica, casi todos los sectores incrementarán su producción –de hecho, ya lo han venido haciendo–, incluidos la otrora alicaída agricultura, exportaciones, servicios, banca y finanzas. El mayor crecimiento se refleja positivamente en otras variables como la recaudación fiscal y la estabilidad y, en menor grado, la generación de empleo.
Desempleo. Dada la fuerte correlación entre crecimiento y empleo, se podría esperar una reducción sustancial del desempleo abierto. Pero no será así. El programa macroeconómico denota una ligera mejoría, de un 9,6% de la fuerza laboral en el 2015 a un 9,5% en el 2016 (estadísticamente no relevante) y ni siquiera formula proyecciones para el 2017, probablemente para no desentonar con el comportamiento positivo de otras variables. La verdad, el desempleo en Costa Rica se está entronizando en un porcentaje demasiado elevado, producto de complejos factores de carácter estructural que hemos comentado anteriormente. Es un reto para las autoridades y el país en general, aún sin resolver.
Finanzas públicas. Los ingresos tributarios, en cambio, reaccionaron favorablemente al mayor crecimiento de la producción. Aquí, la relación de causalidad es más clara: a mayores ventas e ingresos de los agentes económicos, mayor recaudación en casi todos los componentes tributarios. Según cifras de Hacienda al primer semestre del año, los ingresos crecieron un 10%, mientras que los gastos apenas subieron un 3%. Si el esfuerzo se mantiene, probablemente el déficit financiero al cerrar el año será inferior al originalmente previsto. El programa macroeconómico bajó su proyección del déficit al 6% en el 2016, pero en una nota al pie señala que podría, incluso, ser menor (5,7%).
Es justo señalar que no toda la mejoría fiscal proviene de la mayor recaudación vinculada al crecimiento del PIB. Durante el año, se han registrado esfuerzos en controlar mejor la evasión, congelamiento parcial de la planilla, transferencias más realistas a terceros (incluidas las universidades), un buen manejo de caja y canje de deuda por parte de la Tesorería Nacional y una política salarial más acorde con la baja inflación y las disponibilidades hacendarias. Como ejemplo, el más reciente ajuste salarial al sector público es apenas de un 0,01% (con ajustes mayores para los que devengan menores ingresos). Definitivamente, la mejor ayuda a las finanzas públicas es una baja inflación.
Inflación. Medida por las variaciones en el índice de precios al consumidor (IPC), la inflación ha sido una de las más bajas de las últimas décadas. La interanual a junio pasado apenas llegó al 0,9%. Pero en el programa “macro” se prevé un incremento gradual hasta el 3% al final del 2017. Consistente con esas metas, la programación monetaria y crediticia contempla expansiones de la liquidez y crédito alrededor de un 9% en el 2016 y ligeramente menos en el 2017, lo cual revela que la política monetaria continuará flexible en ese período para no abortar el proceso de recuperación.
Dicho lo anterior, sin embargo, nos parece que la inflación en este período se ubicará más cerca del límite inferior de la meta, alrededor de un 2%, y que quizás el Banco Central debería contemplar la posibilidad de establecer eventualmente una meta menor, de un 2% (más o menos un 1%), habida cuenta de que la inflación en el mundo ha caído y que posiblemente el promedio de los socios comerciales llegue a ubicarse en un porcentaje inferior al 3% anual. Los países desarrollados, que son nuestros principales socios comerciales, tienen metas de inflación no superiores al 2% anual.
Tasas de interés. Si alguna variable se beneficiaría de la baja inflación, son las tasas nominales de interés. Cuando la inflación es alta, las tasas tienden a subir para compensar a los tenedores de recursos y a los acreedores por la pérdida del poder adquisitivo; cuando baja, las tasas nominales tienden a bajar y se beneficia la producción nacional. El programa macroeconómico no contempla metas en relación con las tasas de interés, por ser variables de ajuste, pero señala que si la inflación repuntara por factores internos o externos, la tasa de política monetaria, actualmente en un 1,75%, tendría que variar para contener las eventuales presiones de la demanda agregada.
La inflación, sin embargo, no es lo único que afecta las tasas de interés; también influyen otros temas estructurales de suma importancia. El programa contempla, en dos ilustrativos recuadros, los efectos de esos factores en el IPC y las tasas de interés: el resultado financiero del Banco Central y el déficit financiero del Gobierno. El primero ilustra gráficamente la relación entre las pérdidas de operación del Banco Central y la inflación registrada en distintos períodos: en los 80, cuando las pérdidas de operación alcanzaron el 3,5% del PIB, la inflación promedio fue de un 30%; en los 90 y la primera parte del nuevo milenio, las pérdidas se redujeron al 1,2% del PIB y la inflación promedio cayó a un 14%; del 2009 al 2015, las pérdidas cayeron al 0,7% del PIB y la inflación descendió al 3,9%. Finalmente, el resultado financiero del Banco Central para 2016-17 cae al 0,6% del PIB y la inflación prevista para ese período posiblemente será inferior al 2% anual.
Mucho dependería de la tasa de crecimiento real del PIB y el déficit fiscal. Si el problema fiscal no se resuelve, y el gobierno continúa financiándose en el mercado interno para atender el costo financiero de la deuda interna, las tasas de interés subirán, al igual que las pérdidas del Banco Central y la inflación. Y se acabarían los beneficios de tener bajas variaciones del IPC.
Tipo de cambio. En economía, casi todo está interrelacionado. Si las pérdidas de operación del Banco Central y el déficit financiero del Gobierno Central suben, se incrementarán también la inflación y las tasas de interés. En esa tesitura, tendría que ajustarse el tipo de cambio, pues no podría mantenerse por mucho tiempo con la estabilidad hasta ahora mostrada. Ese es el principal riesgo.
Al final, todo converge en la solución al problema fiscal. Seguir financiándolo, aquí o en el exterior, sin resolverlo a fondo, equivale a impulsar la bola de nieve hacia adelante. Esta realidad, insistimos, debe ser comprendida de una sola vez.