Los estudiantes nacionales sufren más de dos años de atraso en conocimientos matemáticos si se les compara con sus pares de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El dato sale de la última prueba PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes) aplicada en el 2012 para medir los conocimientos de jóvenes de 15 años.
Dos años antes, casi la mitad de los educadores encargados de preparar a los aspirantes al bachillerato no consiguieron aprobar exámenes similares a los resueltos por sus alumnos. El 48% de los 1.733 profesores evaluados por el Ministerio de Educación Pública ese año no habría logrado aprobar el examen de bachillerato.
La situación es alarmante. El fracaso en matemáticas cierra el camino a los estudios superiores en los campos de la ciencia y la tecnología, ávidos de profesionales para impulsar el desarrollo. Preocupa todavía más la persistencia del problema, detectado desde hace décadas y jamás resuelto. Existe, más bien, la posibilidad de que hayamos empeorado.
La Universidad de Costa Rica (UCR) decidió lanzarse al rescate. El centro de estudios abrirá la carrera de Educación Matemática para formar profesores y asesores de otros docentes dedicados a la materia. La decisión de las autoridades universitarias merece todo encomio. El aporte de la nueva carrera será muy importante, pero no deja de ser un remedio parcial.
El Ministerio de Educación también se empeña, desde el 2012, en capacitar a los docentes. Coincidiendo con los nuevos programas, 20.000 maestros de primaria y 2.500 profesores de secundaria recibieron cursos de perfeccionamiento. Los programas no tienen la profundidad de la nueva carrera de la UCR pero los efectos son más inmediatos.
Lo más importante de la iniciativa de la UCR es que enfatiza la necesidad de integrar a los centros de educación superior a la solución del problema concreto de las deficiencias en la formación matemática. Eso conduce a señalar el tema más sensible: la mayor parte de los educadores carentes del conocimiento matemático necesario para aprobar los exámenes de bachillerato se formaron en universidades privadas.
Cada año, unas 11.000 personas reciben el título de educador, el 70% de ellas en centros de enseñanza privados. Las universidades no estatales hacen un importante aporte a la educación, pero el país no ha logrado garantizar una calidad mínima en todas ellas y tampoco en todas las carreras. Educación, por su naturaleza, es una de las disciplinas donde la mala calidad formativa se puede disimular hasta que es demasiado tarde.
Cualquier universidad que no sea parte de la solución es parte del problema y existen varios centros de formación docente cuya calidad no es la requerida por el país. Es necesario imponer filtros para evitar el ejercicio de una profesión tan delicada por quienes carecen de la formación necesaria. El daño infligido a la juventud por un mal maestro, no importa cuán buena sea su voluntad, es difícil de reparar.
La evaluación de los docentes es una idea recurrente, siempre rechazada por las organizaciones gremiales y jamás llevada a la práctica. Sin embargo, es necesaria. El Ministerio también debe disponer de las plazas de quienes no reúnan los requisitos para formar a los estudiantes. Los profesores incapaces de resolver el examen de bachillerato siguen preparando alumnos para enfrentar esa misma prueba. No puede haber sorpresa cuando la promoción en matemáticas resulta baja.
Es preciso fortalecer la fiscalización a las universidades privadas, pero el sistema educativo también necesita contar con un sistema para acreditar los conocimientos de los docentes. Quien no supere las pruebas no debe dar clases, aunque haya sido sometido al engaño de una mala formación. Esto último es una tragedia, pero el remedio no está en perpetuar las deficiencias en la educación recibida por los estudiantes de escuelas y colegios.