La contralora general de la República, Marta Acosta, advirtió, una vez más, a los diputados sobre la apremiante situación fiscal. Se nos hizo tarde para enfrentar la crisis de las finanzas públicas, afirmó. Tiene razón, la salida ya no es posible sin trauma. Quienes crean en una solución mágica, exclusivamente mediante la reducción del gasto o más bien manteniéndolo con nuevos impuestos, van a sufrir una decepción.
Pero hubo un aspecto de la intervención de la contralora en la Asamblea Legislativa que llama a particular reflexión. Luego de desmenuzar un desequilibrio entre ingresos y gastos superior al 6 % del producto interno bruto (PIB) y del 7% el año entrante, Acosta advirtió de que esos números no contemplan los daños causados por la tormenta tropical Nate. Sin pausa, la contralora se refirió a la necesidad de comenzar a tomar los fenómenos de ese tipo en cuenta a la hora de presupuestar. El ajuste al cambio climático ya exige financiamiento.
Los científicos, atentos al extremo rigor de su disciplina, todavía debaten sobre la relación precisa entre los monstruosos huracanes de esta temporada y el cambio climático, pero el vínculo entre la temperatura del océano y los ciclones es ciencia establecida. Estos fenómenos se alimentan de las aguas cálidas y ya nadie pone en duda el aumento de la temperatura del agua marina.
Hay muy buenos motivos para creer en temporadas de huracanes cada vez más violentas, no necesariamente por la cantidad de ciclones, sino por su fuerza e impredecibles trayectorias. En poco tiempo hemos sido testigos –y víctimas– de situaciones extrañísimas o inéditas. Por primera vez, una pareja de huracanes de intensidad 4 y 5 golpeó las costas de los Estados Unidos con solo una semana de diferencia. Detrás, vino la monstruosa María, también inusitada por su fuerza. Las islas del Caribe, entre ellas Cuba y Puerto Rico, sufren trágicas consecuencias, así como Texas y Florida.
Diez meses antes, Otto se había convertido en el primer huracán en tocar tierra en Costa Rica desde el inicio de los registros. En ese momento, los meteorólogos advirtieron de un futuro con más fenómenos del mismo tipo. No había terminado el año cuando se presentó Nate y, luego, Ofelia se aventuró hasta las remotas costas de Irlanda.
“Con el cambio climático es posible que eventos de esta naturaleza ya no sean tan extraordinarios como hasta ahora lo han sido. Quizás no haya que esperar tanto para vivir un Otto 2”, afirmó en su momento Lidier Esquivel, de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE). Eso mismo dice la contralora Acosta con el pensamiento puesto en el presupuesto y la falta de recursos para enfrentar fenómenos climáticos tan graves como los dos últimos.
El plan de gastos está comprometido en más del 90 % por destinos específicos fijados por el legislador. El pequeño porcentaje restante no deja espacio para destinar fondos al desarrollo de infraestructura. Mucho menos hay recursos para financiar la reconstrucción de obras según sea necesario.
El cambio climático agravará nuestros problemas fiscales. Es una razón adicional, muy poderosa, para decidirnos a enfrentar la crisis, cuya existencia ya nadie niega tampoco. El presidente que hace unos años criticaba a los “obsesionados” con el déficit y hablaba con confianza sobre la posibilidad de “manejarlo”, hoy advierte con dramatismo las fuertes consecuencias sociales del desequilibrio fiscal, anuncia faltas de liquidez antes de tiempo y somete a debate legislativo un presupuesto con previsiones sobre el “estado de emergencia” como razón para no atender giros establecidos por ley. Desafortunadamente, no admite con igual vehemencia la necesidad de enfrentar el problema por el lado del gasto y no solo de los ingresos.