Las disputas fronterizas con frecuencia anteceden a los escalamientos militares y hasta a las guerras en Latinoamérica. Los centroamericanos hemos sufrido esa plaga en tanto, en América del Sur, el retumbo de los cañones se escucha en los anales de la historia. Por eso, y con honda preocupación, vemos el recrudecimiento de una añeja discordia entre Ecuador y Perú. Las diferencias entre las dos naciones se remontan a la fundación, y después de ganada la independencia de España y en pleno siglo XXI todavía hay resabios.
En los primeros días de julio, Perú protestó ante Ecuador por la construcción de un muro en una zona limítrofe, con presunta infracción del tratado de paz de 1998. En realidad, la frontera entre ambas naciones se extiende 1.500 kilómetros y el muro en cuestión mide menos de un kilómetro. Su altura es de cuatro metros.
Ecuador respondió a la protesta de Perú señalando que el muro tiene como finalidad evitar inundaciones del río limítrofe en épocas de lluvia. Perú replicó que la obra distorsiona el flujo de las aguas, desviándolas a su territorio, donde amenaza con causar inundaciones. Asimismo, alegó que el muro perjudicaría el comercio local entre ambas márgenes del río.
Quienes conocen el lugar, lo describen como un paraje de apariencia selvática, con poblados en ambos lados del río, Huaquillas del lado ecuatoriano y Aguas Verdes del peruano. La mayoría de los visitantes prefieren pasar el río por pequeños puentes de madera. Otros, más aventureros, arriesgan un chapuzón ínfimo en épocas no lluviosas. En todo caso, es una caminata breve, de pocos minutos.
El contrabando es frecuente en la zona, pero transita en las dos direcciones. Los ecuatorianos transportan petróleo y gas, productos muy subvencionados en su país. Los peruanos envían al Ecuador electrodomésticos, frutas y verduras, aprovechando precios más favorables en su país. La moneda utilizada en las dos naciones circula sin contratiempos en ambas márgenes del río.
En el curso diplomático de la disputa, el gobierno ecuatoriano manifestó lamentar que Perú hubiese retirado a su embajador en Quito para llevarlo a Lima en consultas. De toda forma, Quito reafirmó el propósito de proseguir los trabajos en su territorio. La respuesta limeña alegó que Ecuador edificó el muro a pesar de las oportunas instancias peruanas para que cesaran los trabajos.
Desde esos intensos días, el tema ha tomado un perfil más bajo. Algunos entendidos creen que la disputa se ha hundido, no en el río del relato, sino en los pasillos de la OEA, que no suelen conducir a soluciones expeditas. Otros espectadores apuntan que la Secretaría General de la OEA, ahora a cargo de un profesional capaz y resuelto, no soltará las riendas de esta disputa.
Es necesario recordar que, en 1995, Ecuador y Perú tuvieron un conflicto fronterizo armado, en territorios selváticos, el cual deparó un número significativo de muertos en ambos bandos. Esos choques fueron aquietados en el lapso de un mes.
La situación no debería pasar a más y, para garantizarlo, la oportuna intervención de la comunidad internacional es indispensable. A quienes son nuevos en las tareas de conciliación en este continente, sobre todo aquellas a cargo de la ONU, se les podría hacer difícil comprender por qué una arboleda o un riachuelo adquieren rango sagrado en los cánones internacionales de algunos gobiernos. Ojalá pronto el entendimiento sobre los obstáculos para pacificar conflictos ilumine a quienes realizan tareas tan importantes y difíciles. Ojalá, también, las soluciones alcanzadas sean permanentes.