Editorial: Vital continuidad en la OEA

La reelección del secretario general es una gran noticia para la democracia hemisférica.

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Pese a la oposición de Argentina y México, que lograron convencer a otros ocho países —todo indica que del Caribe—, la Organización de los Estados Americanos (OEA) reeligió secretario general al excanciller uruguayo Luis Almagro. El nuevo período de cinco años, en el cual de nuevo estará acompañado, como adjunto, por el beliceño Néstor Méndez, permitirá la continuidad de un liderazgo que ha sido decisivo para la defensa e impulso de la democracia en nuestro hemisferio. Confiamos en que, tal como sucedió durante su primer ejercicio, las iniciativas de Almagro cuenten con un sólido apoyo de los países miembros. Entre ellos, Costa Rica ha sido un aliado fundamental.

Su candidatura tuvo el respaldo de 23 Estados miembros. Su rival, María Fernanda Espinosa, quien fue canciller de Ecuador durante el gobierno de Rafael Correa, apenas obtuvo 10 votos. Poco antes de la fecha fijada para la elección, algunos países intentaron postergrla, y adujeron para ello presuntos riesgos de contagio por la covid-19; sin embargo, al final, el proceso tuvo lugar con todas las precauciones. Y, aunque la canciller mexicana, Luz Elena Baños, rechazó la reelección del secretario general, en un virulento discurso inmediatamente después del conteo, la mayoría alcanzada otorga a Almagro una gran legitimidad.

En los últimos cinco años, la OEA ha tenido un cambio sustancial, y muy positivo. De ser un organismo aletargado, debilitado, poco respetado y de reducida iniciativa, ha pasado a convertirse en una robusta fuente de impulso para la democracia, tanto en las dimensiones electorales como institucionales. Parte de esta transformación se debe a un nuevo balance de fuerzas político-ideológicas en América Latina, pero otra, tan o más significativa, se explica por el dinámico liderazgo y claridad de propósitos demostrados por el secretario general.

El desprestigio político y el colapso económico y social de Venezuela despojó al régimen de Nicolás Maduro del poder monetario y el aura ideológica de su socialismo del siglo XXI. Perdió, así, su capacidad de influencia hemisférica, que también ha afectado de manera determinante la acción del régimen cubano, dependiente, en buena medida para su sostenimiento, de lo que ocurra en Venezuela. En Ecuador, el presidente Lenín Moreno dio un golpe de timón al autoritarismo previo de Correa, aliado de Maduro y, antes, de Hugo Chávez. Entre el 2015 y el 2019, el gobierno de Mauricio Macri puso fin al populismo de Cristina Fernández de Kirchner. La Nicaragua de Daniel Ortega también entró en crisis. Brasil, hace un año, giró hacia la derecha populista y Uruguay cuenta ahora, por primera vez en 15 años, con un gobierno de coalición de partidos de centro y de derecha. A esto debe añadirse la salida de Evo Morales del poder en Bolivia.

Solo México, con Andrés Manuel López Obrador, y el nuevo gobierno peronista argentino, encabezado por Alberto Fernández, mantienen posturas reacias al activismo democrático.

El resultado de lo anterior ha sido la irrelevancia del bloque ideológico bautizado Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) que alguna vez fue vista como virtual sustituta de la OEA. Fundamentales como han sido estas condiciones para el cambio en la organización, Almagro ha actuado como el gran catalizador. Su liderazgo ha sido dispar —muy beligerante contra Venezuela, pero tímido con respecto a Nicaragua, por ejemplo—, y no siempre sistemático, pero, en general, ha resultado sumamente positivo. De ahí, la trascendencia de su reelección, la cual también implica una derrota para las maniobras entre bastidores de Venezuela y Cuba por impedirla.

Los desafíos a la democracia en América aún son enormes: en Venezuela y Nicaragua, por supuesto, pero también en Bolivia —para que pueda, efectivamente, efectuar elecciones libres y legítimas— y en Cuba, el gran enfermo totalitario de América. Los impulsos populistas son una amenaza en algunos países, mientras cuestiones como seguridad, Estado de derecho, legitimidad institucional, justicia, narcotráfico y desarrollo socioeconómico, amplían la agenda de retos. Para hacerles frente, el liderazgo del secretario general necesitará, tanto como antes, lucidez personal y el apoyo de los países miembros. Esperamos que se mantengan y, mejor aún, se acrecienten.