El triunfo de Andrés Manuel López Obrador, conocido como AMLO, en las elecciones mexicanas del domingo, ha sido contundente. El 53 % de los votos que obtuvo al frente de una coalición tripartita, encabezada por su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), indica tanto la solidez de su mandato como el rechazo de los ciudadanos a los dos grandes partidos tradicionales: Revolucionario Institucional (PRI), en el gobierno, y Acción Nacional (PAN), hasta ahora el principal de la oposición. Más aún, Morena y sus aliados tendrán mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado. De las nueve gobernaciones en juego, lograron imponerse en cinco, incluida Ciudad de México. El PRI no ganó ninguna.
Todo lo anterior implica que, a partir del 1.° de diciembre, cuando tome posesión, López Obrador contará con enorme capital político y fuerza gubernamental para desarrollar su agenda. Esta es la gran certeza. A la vez, sin embargo, genera una gran duda: cómo usará su amplio poder. Hasta ahora, sus señales han sido contradictorias. La gran inquietud es si, como corresponde para abordar en serio los grandes desafíos de México, optará por líneas de acción realistas y asentadas en reformas institucionales, o si, más bien, se inclinará por el personalismo voluntarista y mesiánico del que ha hecho gala a lo largo de la campaña y en buena parte de su larga carrera política. De esto dependerá el futuro de México durante el próximo sexenio.
El país es en extremo dispar. Durante las dos últimas décadas, ha sido capaz de terminar con 70 años de monopolio en el poder del PRI, introducir la alternabilidad en la presidencia, impulsar nuevas prácticas y renovar algunas instituciones democráticas. Además, ha modernizado, diversificado y dinamizado su economía (aunque el crecimiento ha sido modesto), y su sociedad es hoy mucho más abierta, tolerante, innovadora, próspera e independiente que en cualquier otro momento de la historia. Todo esto debe mantenerse y profundizarse. El actual presidente, Enrique Peña Nieto, del PRI, contribuyó mediante reformas en los sectores de educación, telecomunicaciones y energía.
A la vez, sin embargo, México padece gran pobreza y una de las mayores desigualdades en la distribución del ingreso en el mundo. A esto se suman la corrupción endémica, la impunidad rampante y una violencia que, siempre elevada, en los últimos años ha alcanzado una magnitud y crueldad extremas. La combinación de estos problemas con serias denuncias por tráfico de influencias contra el presidente y su esposa, así como su creciente aislamiento de la población, crearon una profunda ola de enojo que se extendió a todo el sistema político-partidista, dio un impulso irreversible a la candidatura de López Obrador y lo llevó, junto con su coalición, a la victoria del domingo.
Durante la etapa final de la campaña, AMLO cambió de negativa a positiva su postura en relación con el Tratado de Libre comercio con Estados Unidos y Canadá, se mostró dispuesto a mantener la reforma en energía e insistió en la responsabilidad fiscal. Pero también ha anunciado un incremento en subsidios sociales que podrían llegar al 10 % del presupuesto y se ha limitado a decir, ilusamente, que se financiarán con lo que se ahorre al frenar la corrupción; ha anunciado que congelará precios del petróleo y la electricidad para promover la agricultura; ha desdeñado la acción de las organizaciones no gubernamentales en la lucha por la transparencia y la probidad; y ha otorgado apoyo a los corruptos sindicatos magisteriales que quieren frenar la reforma educativa.
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Más preocupante para el futuro, ni antes ni ahora ha planteado una clara ruta de reforma seria y democrática a las instituciones, la única vía responsable y sostenible para combatir eficazmente la corrupción, la violencia y la impunidad. Hasta el momento, todo se ha reducido a su voluntad declarada.
Por razones como las expuestas, y también por la crisis en que se encuentran sumidos el PAN y, particularmente, el PRI, es que son tantas las inquietudes sobre el futuro gobierno de AMLO. La esperanza es que, entre sus propias contradicciones, así como las de sus dirigentes más cercanos, opte por las líneas más razonables, responsables y democráticas. Es lo que México necesita y lo que el resto del hemisferio agradecerá.