Editorial: Tradición y reforma en el Vaticano

El papa Francisco encara oposición de los sectores más conservadores de la Iglesia, inquietos por sus llamados a la apertura en temas polémicos.

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Desde su elección, el papa Francisco encara oposición de los sectores más conservadores de la Iglesia, inquietos por sus llamados a la apertura en temas polémicos dentro y fuera de la institución, como el divorcio y la homosexualidad. ¿Quién soy yo para juzgar?, respondió cuando los periodistas lo confrontaron sobre el último asunto. Más tarde, la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia (Alegría del amor), publicada el 8 de abril del 2016 para trazar líneas sobre la pastoral de la familia, avivó las molestias al sugerir la posibilidad de ofrecer la comunión a católicos casados en segundas nupcias.

Manifestaciones como las descritas son el trasfondo de inusitados desafíos al Pontífice, comenzando por la antiquísima Orden de los Caballeros de Malta, en franca rebeldía contra las instrucciones giradas por Francisco para investigar la destitución del gran canciller Albrecht von Boeselager por un escándalo relacionado con la distribución de miles de preservativos en Birmania por el brazo caritativo de la orden. Boeselager frenó la distribución de los anticonceptivos cuando tuvo conocimiento de ella, pero eso no impidió su remoción. Cuando el Papa pidió esclarecer lo sucedido, la Orden se negó a cooperar, alegando su soberanía y el derecho a no someterse a las indagaciones conducidas por el secretario de Estado, Pietro Parolin.

El reto de los Caballeros de Malta se encuadró en el enfrentamiento de Francisco con el poderoso cardenal estadounidense Raymond Burke, embajador del Vaticano en Malta y cabeza de los grupos tradicionalistas. A fines del 2016, Burke y otros tres cardenales habían exigido al Papa responder, con un sí o un no, un cuestionario sobre el llamado a los sacerdotes a utilizar su discernimiento en el caso de los católicos que viven al margen de los mandatos de la Iglesia, como los divorciados.

El capítulo más reciente de las luchas internas entre el tradicionalismo y un Papa considerado progresivo en materia de doctrina social es la carta publicada por el arzobispo conservador Carlo Maria Vigano, nuncio en Washington hasta el cese ordenado por Francisco en el 2016. En la carta, Vigano acusa al Pontífice de encubrir al cardenal estadounidense Theodore E. McCarrick, involucrado en un escándalo de abuso sexual.

El Papa aceptó la renuncia de McCarrick y le ordenó retirarse a una vida de oración y penitencia, pero Vigano insiste en pedir, también, la renuncia de Francisco, a quien dice haber advertido, en el 2013, de que Benedicto XVI había girado la misma orden de retiro a McCarrick. Según Vigano, Francisco ignoró la advertencia y le permitió al poderoso arzobispo de Washington mantenerse activo y participar en la escogencia de nuevos obispos estadounidenses. La carta culpa a una corriente de homosexualismo en la Iglesia por los escándalos sexuales de los últimos años.

Vigano sabe ser el centro de un escándalo. En el 2012, la filtración de sus cartas denunciando supuesta corrupción fue la piedra de toque del escándalo Vatileaks, que precipitó el retiro de Benedicto XVI.

Francisco declaró su intención de no dignificar las acusaciones sin prueba de Vigano con una respuesta. En su enfrentamiento con los tradicionalistas, el Papa ha hecho cambios, como el de la Nunciatura en Washington, pero se ha mostrado reacio a ejercer su autoridad para silenciar a los críticos. Parece empeñado en seguir la misma línea, sin renunciar al mensaje de reforma e inclusión. Ese es el fondo del debate y lo demás son fuegos artificiales.