Editorial: Superávit de divisas

El Banco Central debe administrar el saldo de divisas con suma prudencia y, de ser necesario, en los períodos de altos ingresos de moneda extranjera, utilizar una parte para pagar deuda externa.

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En el 2019, hubo un incremento cuantioso del saldo de moneda extranjera en el sistema financiero costarricense. En ventanilla, el público vendió a los entes autorizados (bancos y otras entidades) $2.200 millones más de lo que compró. Eso explica, en mucho, que el tipo de cambio de referencia del Banco Central para la venta haya bajado de ¢612, en enero del 2019, a ¢576, el 31 de diciembre recién pasado. Varias son las razones de la baja en el precio del dólar y no todas son buenas.

Según información del instituto emisor, la relación comercial de Costa Rica con el resto del mundo durante el 2019 mostró una “mejora”, pues el déficit de $3.819 millones, equivalente a un 6,3 % del producto interno bruto (PIB), fue ligeramente inferior al del 2018, cuando se había situado en un 7,1 % del PIB. Esta “mejora” se explica porque las exportaciones de bienes crecieron un 1,3 %, pero, sobre todo, porque las importaciones bajaron un 2,6 % con respecto al año anterior. Eso no es necesariamente bueno, pues una economía en recesión puede mostrar reducciones mucho más grandes en las importaciones.

Otro factor que explica el crecimiento del saldo de divisas y la reducción en el tipo de cambio es el alto ingreso de inversión extranjera directa (incluida la hecha por nacionales, fenómeno conocido como “repatriación de capitales”). A ojos de los inversionistas, el entorno de los negocios en Costa Rica parece positivo por la calidad del recurso humano y otras ventajas, así como por la confianza en la política económica. La aprobación y puesta en práctica de las medidas de reforma fiscal de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas contribuyó decididamente a este aspecto. Es una lástima que algunas entidades públicas, como las universidades, el Poder Judicial y la Junta de Protección Social, mantengan su rebeldía frente al ajuste.

Pero la inversión extranjera directa (IED) también tiene un componente de inversión financiera, atraída por las tasas de interés relativamente altas que —ajustadas por riesgo— existen en el país, cuando en otros medios las inversiones financieras reditúan alrededor del 1,8 % (bonos a 10 años emitidos por el Tesoro de los Estados Unidos) y hasta ofrecen tasas negativas, como las inversiones a esos plazos de los Gobiernos de Alemania, Japón y Suiza, entre otros. No se sabe cuál de los factores —si el buen entorno nacional o los pobres réditos en otros medios— es el más influyente en las decisiones de los inversionistas.

La IED financiera, a diferencia de la que llega para constituir nuevas empresas o ampliar las existentes, es volátil. Cuando mejoren las condiciones financieras en otros países, o haya signos de deterioro del entorno macroeconómico nacional, podrían salir del país con celeridad. No en vano parte de este tipo de inversión, la que se hace a corto plazo, es conocida como capital golondrina.

Un tipo de cambio a la baja, en parte explicado por el pobre crecimiento económico o por diferencias temporales en las tasas de interés, como ocurrió en el 2019, afecta al sector exportador, en particular al que incorpora mayor proporción de valor agregado nacional. También pesa contra los productores locales que compiten con la producción extranjera. En tanto eso ocurra, será una carlanca para el crecimiento económico.

La baja en el precio del dólar, unos ¢36 durante el 2019, no es necesariamente bienvenida. Tampoco el aumento de la reserva de divisas si una y otra cosa obedecen a bajo crecimiento económico o a las tasas relativamente altas de interés que, ajustadas por riesgo, se reconocen en el país. Si bien el aumento en el saldo de divisas del sistema financiero actúa como un colchón de seguridad, también implica un alto costo de oportunidad, pues al invertirlas en el extranjero devengan un rédito bajo. El Banco Central de Costa Rica debe administrar ese saldo con suma prudencia y, de ser necesario, en los períodos de altos ingresos de moneda extranjera, utilizar una parte para pagar deuda externa.