Nuestro editorial del 19 de mayo sobre el ingreso de Costa Rica a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) afirma que la administración de Luis Guillermo Solís siguió los trámites de adhesión “con menos ímpetu” que los gobiernos anteriores. Para reiterarlo, aprovechamos la aclaración solicitada por Alexánder Mora, entonces ministro de Comercio Exterior, titulada “El ímpetu olvidado por La Nación” y publicada el miércoles en estas páginas.
La Nación no olvidó. Por el contrario, tiene fresca la memoria de las declaraciones del presidente Solís publicadas el 2 de marzo del 2014 por el semanario El Financiero. ¿Va a continuar apoyando el camino hacia la OCDE?, preguntó la periodista Eugenia Soto. “Voy a tomármelo con calma. Costa Rica puede mejorar los estándares con OCDE o sin ella. OCDE le pone a uno una especie de espada de Damocles que lo obliga a asumir compromisos. No voy a revertir ese diálogo, pero voy a tomarlo con menos angustia. El Comex quiere hacerlo todo con todo el mundo de una sola vez, y avanzar y desgravar. Hay productores en problemas, un desempleo alto en costas y fronteras. Quiero potenciar esos sectores”.
A confesión de parte, relevo de pruebas, dice el aforismo jurídico, pero es muy pronto para poner fin a este editorial. El entusiasmo del presidente Solís por poner el cuello bajo la espada de Damocles es casi tan grande como su aprecio por el Ministerio de Comercio Exterior, empeñado en hacerlo todo de una sola vez, sin detenerse a pensar en los sectores desfavorecidos.
Aunque la confesión releve de pruebas, el propio exministro Mora sería testigo de excepción del ímpetu perdido, no solo en los esfuerzos por ingresar a la OCDE, sino también en el comercio exterior. La Nación no olvida, y seguramente tampoco él, sus confrontaciones con el resto de la administración por la erección de barreras no arancelarias, el rechazo a la Alianza del Pacífico, la importación de aguacate, cerdo y arroz o las condiciones necesarias para atraer inversión extranjera.
El ministerio encabezado por Mora fue un auténtico patito feo de la administración Solís. Eso sí, al exministro debemos reconocerle su afán por evitar daños. Fue constante y tesonero en la defensa de políticas cuestionadas por el presidente y varios influyentes miembros de la administración. De ahí a reivindicar un inexistente ímpetu de ese gobierno para ingresar a la OCDE, hay un largo trecho.
A la luz de las declaraciones del expresidente Solís, resulta casi cómico el relato de Mora: “En mayo del 2014, descubrimos que en la OCDE había miembros que nos consideraban muy pequeños, una imposición, de dudosas capacidades, restando espacio a algún país más estratégico… Revertir esas percepciones demandó una compleja gestión durante los primeros 11 meses de la administración".
¿Cómo sorprenderse por el “descubrimiento” si dos meses antes el presidente denunció la escasa utilidad del organismo, su condición de espada de Damocles y los compromisos impuestos por la membrecía? Apenas imaginamos las contorsiones del Comex para evitar el descarrilamiento y, desde luego, se las agradecemos al exministro Mora.
El exfuncionario también cita la aprobación de varios proyectos fiscales requeridos por la OCDE, pero obvia identificarlos como una selección de iniciativas coincidentes con la agenda de la administración Solís. Otras buenas prácticas impulsadas por el organismo internacional en el ámbito fiscal fueron relegadas sin ceremonia y algunas frontalmente despreciadas.
Solís criticó la “obsesión” de quienes nos preocupábamos por el déficit fiscal y estimuló su crecimiento hasta darse cuenta de que no tendría dinero para pagar a los funcionarios. Al final del mandato, proclamó su heroísmo en el manejo de las finanzas públicas y dejó, callado, el desastroso hueco fiscal. La administración de la cual formó parte el exministro rechazó olímpicamente cualquier reforma del Estado o del empleo público. Mintió cuando dijo que los efectos de un cambio se notarían décadas después, como quedó demostrado con la reforma fiscal y las proyecciones de ahorro del proyecto de ley de empleo público.
Si la utilidad de la OCDE es la difusión de las mejores prácticas, no es difícil entender por qué el presidente Solís la considera una espada de Damocles. Nada en el gobierno de Solís puede compararse con el ímpetu de las administraciones Arias, Chinchilla y Alvarado en esta materia. Eso no nos impide reconocer, una vez más, la labor del exministro Mora en un medio tan adverso a sus aspiraciones.