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En algunas zonas del Caribe sur, los pescadores se quejan por la imposibilidad de atracar sus embarcaciones sin dañar los motores.
Carlos Mario Orrego Vásquez, de la autoridad administradora de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites, por sus siglas en inglés), funcionario del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), expresa preocupación por la creciente presencia del sargazo en las costas del Caribe sur y sugiere “un abordaje institucional”.
No falta quien lo tache de alarmista, y el propio Orrego califica el fenómeno de “situación de interés” que apenas comienza. No obstante, señala su incidencia en todo el Caribe, donde amenaza la industria turística, la pesca y la ecología. Además de la incipiente evolución del fenómeno, los argumentos en favor de la calma señalan su natural estacionalidad.
La llegada del sargazo es habitual en setiembre, aunque este año se adelantó y las cantidades son también inusuales.
Adicionalmente se argumenta sobre la disposición geográfica de Costa Rica, alejada de las costas de México y la República Dominicana, donde el sargazo hace estragos. Sin embargo, el alga de color marrón viaja cientos de kilómetros al capricho de las corrientes. Proviene, según estudios científicos apoyados en imágenes satelitales, del “gran cinturón de sargazo”, que se ha venido formando desde el 2011 en medio del Atlántico, entre las costas de Brasil y África occidental, informó The New York Times en el 2019.
En aquellos momentos, el gran cinturón abarcaba 8.850 kilómetros y contenía más de 20 millones de toneladas métricas del alga. Según los investigadores, una de las causas más probables es la inusual descarga de nutrientes del río Amazonas al mar, debido a la deforestación y las actividades agrícolas, así como al surgimiento de nutrientes del fondo marino en las costas africanas, pero no descartan un impacto adicional del cambio climático.
En mar abierto y en cantidades normales, el sargazo ofrece refugio y alimento a unas 120 especies de peces y más de 120 especies de invertebrados, pero cuando llega a las costas en grandes cantidades impide la filtración de luz necesaria para la fotosíntesis, compite por el oxígeno y eleva la concentración de fósforo y nitrógeno en el agua. Así, mata la flora marina y daña los arrecifes de coral.
El sargazo contiene metales pesados y puede ser contaminante. Cuando muere, despide mal olor y su densidad puede entorpecer la navegación.
En algunas zonas del Caribe sur, los pescadores se quejan por la imposibilidad de atracar sus embarcaciones sin dañar los motores.
Algunas autoridades de la región minimizan el impacto del alga sobre la industria turística y hasta le señalan algún atractivo, porque hay quienes se acercan al agua para saciar su curiosidad. Quizá tengan razón, si el fenómeno desaparece tan súbitamente como llegó, pero la experiencia en las costas del Caribe ha sido distinta. Una de las actividades más perjudicadas es el turismo.
Representantes de más de una docena de países caribeños procuran organizar una estrategia conjunta y buscar financiamiento para enfrentar el problema. La Secretaría del Convenio de Cartagena del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente ya está interesada en el asunto.
La suma de esos esfuerzos invita a considerar el llamado de Carlos Mario Orrego Vásquez no como alarmismo, sino como prudente precaución. El abordaje institucional se hace necesario, cuando menos, para establecer el intercambio de información y aprendizaje.
Es difícil prever el desarrollo de los fenómenos naturales, sobre todo, cuando sufren la influencia del comportamiento humano.
Precisamente por eso, es necesario desarrollar la precaución y las habilidades de adaptación en vez de ignorar las posibles señales de un desastre.