La Refinadora Costarricense de Petróleo (Recope) dejó de refinar en el 2011, pero la actividad venía a la mengua desde el siglo pasado, cuando la empresa comenzó a anunciar esfuerzos de ampliación y modernización de sus instalaciones industriales.
Los defensores de la institución nunca perdieron la esperanza y, para mantenerla viva, gastaron millones en personal innecesario y cuidar de un plantel destinado, de todas formas, a desintegrarse.
Recope dio mejores resultados dedicándose a la compra y distribución de combustibles, pero pasaron años y varios proyectos fallidos antes del franco abandono de la idea de refinar. Durante la administración pasada, el presidente ejecutivo Alejandro Muñoz por fin protestó por el mote de “la refinería que no refina” y enfatizó el abandono de la pretensión de refinar.
El gobierno dio un paso más y propuso cambiar el nombre a Empresa Costarricense de Combustibles y Energías Alternativas (Ecoena).
En ese momento, los últimos esfuerzos de salvamento de la operación industrial habían naufragado en un mar de pérdidas. La modernización anunciada a finales de siglo nunca despegó, el intento de abrir una refinadora ampliada en asocio con China (Soresco) costó millones de dólares y fue centro de la discusión energética durante años.
Por su parte, el proyecto de transformación quedó estancado en el Congreso por dudas sobre la incursión de la entidad en el desarrollo de energías alternativas.
Pasados once años, y más si se toma en cuenta el período de reducción de la producción, las instalaciones industriales están deterioradas al punto de plantear riesgos de accidentes. Por fin, Juan Manuel Quesada, presidente ejecutivo, declaró llegado el momento de dejar atrás la cruz de ser la “refinería que no refina”.
El desmantelamiento de la vieja infraestructura apenas permitirá recobrar algunas partes útiles y el resto se venderá como chatarra. Los terrenos servirán para otras actividades de la compañía.
Ya era hora y no había otro remedio. Un posible colapso de la estructura contribuyó a tomar la decisión, dijo Quesada. Con la pretensión de refinar abandonada al punto de la demolición queda por definir el futuro de la empresa y cómo enfrentará “los grandes desafíos de la transición energética”, para utilizar las palabras del presidente ejecutivo.
La definición de ese papel no debe estar en función de los intereses de la empresa, como en el caso de los reiterados intentos de salvar la función refinadora con grandilocuentes argumentos para destacar su valor “estratégico”, como si la capacidad de refinar crudo que no producimos, utilizando otros insumos tampoco disponibles en el país, fuera a salvarnos de una crisis mundial de abastecimiento.
El papel de Recope debe estar en función del desarrollo y la competitividad de Costa Rica. Por eso, la propuesta de conservar el monopolio de los combustibles fósiles recargándoles lo necesario para financiar un fondo de investigación, desarrollo y venta de energías químicas alternativas es una debilidad de la Ley de transformación de la Refinadora Costarricense de Petróleo (Recope) para la contribución a la transición energética impulsada en la legislatura anterior.
El monopolio de la nueva Recope es parte de la discusión desde hace años, pero no cabe duda, cuando menos, de la inconveniencia de extenderlo a los combustibles alternativos o de encarecer los hidrocarburos para costear el desarrollo de otras fuentes de energía, todavía desconocidas.
El desempeño de Recope durante los últimos años siembra dudas sobre su idoneidad para ejecutar esa tarea. Por lo pronto, hay un amplio historial de fracasos, incluidos los esfuerzos por insuflar vida a una refinadora sin la menor esperanza de resucitar.
La preservación de Recope debe dejar de ser un fin en sí mismo.