Las razones de cada ciudadano, sectores y regiones para emitir su voto el domingo sin duda fueron múltiples en Argentina, un país fracturado, crispado y agobiado. El mensaje general del resultado, sin embargo, fue claro y contundente: clamor por un cambio que permita superar la profunda crisis que los abate y rechazo a los sectores políticos, particularmente el peronismo, que son responsables principales del desastre acumulado.
Esto explica que, a pesar de su mínima experiencia política, desplantes, groserías, intemperancias, imprudencias, extremismo y propuestas irreales, o quizá por ellos, Javier Milei logró imponerse por un sólido 55,69 % a Sergio Massa, en la segunda vuelta electoral.
Massa representaba el continuismo de un partido —el peronista— plagado de contradicciones y facciones internas, pero irresponsablemente fiel y consecuente con un populismo dispendioso, clientelista, estatizante y corporativista que, con razón, la mayoría de los votantes responsabilizó del virtual colapso nacional.
Desde hace 15 meses, bajo su gestión en la poderosa cartera de Economía, la situación nacional, ya de por sí precaria cuando la asumió, empeoró dramáticamente. La inflación llegó al 143 %, la tercera mayor del mundo; el peso, envuelto en una delirante maraña de tipos de cambio múltiples, entró en caída libre; las reservas monetarias casi se esfumaron; la deuda pública creció a niveles insostenibles; las finanzas públicas se tornaron inmanejables; la pobreza se aceleró como nunca antes, y la economía se ralentizó. A esto hay que añadir la necesidad de reestructurar los $44.000 millones de obligaciones con el Fondo Monetario Internacional, sin parangón en el mundo.
En estas condiciones, era prácticamente imposible que Massa, aunque un moderado entre los peronistas, pudiera convencer a suficientes conciudadanos de que tenía las condiciones para frenar la crisis y emprender una ruta de mejoras sustanciales. Milei sí lo logró o, al menos, convirtió el rechazo a lo existente en ímpetu para superar las justificadas dudas sobre su personalidad, capacidad y extremismo “anarcocapitalista”, como él mismo define su ímpetu doctrinario.
Su planteamiento es radicalmente distinto a la receta peronista, encarnada esta vez por Massa, el presidente Alberto Fernández y, todavía peor, la expresidenta y senadora Cristina Fernández de Kirchner, cabeza de sus sectores más turbios. El eje de la campaña de Milei fue, en esencia, un rechazo visceral al inflado estatismo argentino y una apuesta casi absoluta al mercado como elemento central para la asignación de recursos. La plasmó en ideas fuerza, como en lo económico, la eliminación del Banco Central, la dolarización de la economía, un 15 % de recorte en el gasto público y una reducción drástica de las funciones estatales. A ello añadió provocaciones, tales como la creación de un mercado de órganos humanos, la privatización de la salud y la educación, y su promesa de arrasar con la “casta” política que ahora, sin embargo, necesita.
Un programa tan radical siempre resulta en extremo difícil ponerlo en marcha, pero resulta aún más complejo hacerlo en medio de una crisis tan profunda y con evidente debilidad política. Su partido, La Libertad Avanza, apenas cuenta con 39 de 257 congresistas en la Cámara de Representantes, 8 de los 72 senadores y ninguno de los poderosos gobernadores de las 23 provincias argentinas. Además, el peronismo mantiene una maquinaria no solo política, sino también gremial, impresionante, y estará al acecho de cualquier error para contraatacar.
La conclusión es que Milei estará obligado no solo a las alianzas, sino también al diálogo, y que la inevitable terapia económica de shock inmediata deberá ir acompañada de un programa meticuloso, realista y paulatino de cambios estructurales, en el cual el fin del Banco Central y la dolarización probablemente tendrán que ser archivados, al menos por ahora. Su alianza con Mauricio Macri y Patricia Bullrich, líderes de la oposición de centroderecha, ayudará en la tarea, tanto legislativa como de gestión gubernamental. El modelo actual no funciona. Debe cambiarse profundamente, tanto con decisión como con claridad de rumbo, responsabilidad y buena estrategia.
El gobierno saliente tiene la responsabilidad de facilitar la transición, pero es al presidente electo a quien le toca programar, priorizar y articular lo que viene, para enrumbar al país por un camino de progreso, justicia y equidad. Para conseguirlo, la esperanza es que Milei logre atemperar su estilo, dejar atrás lo peor de sus propuestas, confiar en un equipo experimentado y convocar a sectores múltiples. Argentina lo merece. En este momento, aún está por verse.
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La elección de Javier Milei a la presidencia revela un profundo deseo de cambio entre los argentinos. (LUIS ROBAYO/AFP)