Editorial: Odio cibernético

Los llamados de una maestra a asesinar al presidente de la República y a directores de medios deben ser tomados en serio. La mujer no parece plantear una amenaza, pero mensajes similares han sido acicate para hechos violentos.

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El odio encontró en las redes sociales el medio idóneo de difusión masiva. Sin tregua, la Internet multiplica y magnifica la desconfianza, los temores y las aversiones. También incita a tomar el camino de la violencia. Tanta constancia no puede dejar de rendir frutos, escasos por ahora, pero dignos de atención.

Los recientes actos de terrorismo no son del todo sorprendentes, ni siquiera en nuestro pacífico país, como tampoco los ataques contra migrantes nicaragüenses, hace un año, en el parque de la Merced. Unos y otros tienen antecedentes en el odio promovido mediante las redes sociales.

Por eso, los llamados de una maestra a asesinar al presidente de la República y a directores de medios deben ser tomados en serio. La mujer no parece plantear una amenaza. Ni siquiera ha dado el paso al frente para admitir la autoría del audio y la prueba correrá por cuenta de los laboratorios del Organismo de Investigación Judicial.

La grabación no anuncia disposición a actuar. Incita a otros y hasta les recomienda atacar al abrigo de la noche para no ser vistos. Procura despertar en los potenciales asesinos un retorcido sentimiento “cívico” e insta una y otra vez a pasar de la palabra al hecho. Con hablar no se consigue “absolutamente nada”, afirma, y, sin advertir la contradicción, sigue hablando para que otros dejen de hacerlo.

Es el “pueblo”, no ella, el que debe “animarse a hacer más cosas”. El objetivo es “meterles miedo” a los periodistas mediante la colocación de bombas y otros recursos. Propone atacar “en las madrugadas, donde nadie lo vea” para que comiencen “nada más a aparecer cosas desbaratadas”. “Así de sencillo”, añade.

La finalidad terrorista no podría ser expresada con mayor claridad ni tampoco el rudimentario plan de acción. La mujer presume de ser maestra de quinto grado con 22 años de experiencia y dice formar a sus alumnos para que sean como ella. Si su identidad se confirma, nunca debe volver al aula, pero eso no es suficiente. La justicia penal está obligada a contribuir a la erradicación de semejantes manifestaciones.

En los Estados Unidos, falsas noticias sobre una red de explotación infantil operada por Hillary Clinton y su jefe de campaña en una pizzería de Washington, aunadas a constantes llamados a la acción, impulsaron a un sujeto a viajar cientos de kilómetros con un rifle a cuestas para irrumpir a balazos en el establecimiento comercial. La “información” era absurda, pero eso no impidió el peligroso incidente.

El caso, conocido como “pizzagate”, está lejos de ser único. César Sayoc, extremista de derecha con intensa actividad en Twitter y Facebook, entusiasta lector de noticias falsas y teorías de la conspiración, envió 16 paquetes explosivos a personalidades del Partido Demócrata, incluido el expresidente Barack Obama, y a periodistas.

La intensidad del odio crece en las redes sociales y con él las amenazas y los llamados a la acción. Nunca falta un desequilibrado dispuesto a actuar. Por eso las autoridades estadounidenses están presentando ante la justicia un número récord de acusados de amenazar e instigar a terceros a cometer actos violentos.

La tolerancia frente a los difusores del odio acarrea consecuencias lamentables. Los llamados a la violencia contra el presidente, Carlos Alvarado, y los periodistas fueron publicados en una conversación, o chat, de docentes inclinados a participar en huelgas. Ninguno ha salido a decir una sola palabra al respecto y las organizaciones magisteriales tampoco se han pronunciado para repudiar las gravísimas manifestaciones. Los tribunales deben hacerlo.