La contaminación con materiales plásticos es una emergencia mundial. Cada año, la industria produce 300 millones de toneladas, la mayor parte destinada a la manufactura de artículos de un solo uso, como bolsas de supermercado, pajillas, anillos para unir latas de bebidas y botellas de agua. Esos materiales no se degradan con rapidez, pero sí se desintegran y llegan, en forma de partículas, hasta las fuentes de agua y los alimentos.
Según los científicos, 663 especies de animales ya muestran afectación por la ingestión de plástico o se atragantan y lesionan con artefactos hechos de ese material. En el 2050, dicen los investigadores, el peso de la basura plástica vertida en el mar superará el de los peces. Todavía faltan estudios para sopesar el daño en todas sus manifestaciones.
Costa Rica es parte del problema. A diario, desecha 564 toneladas de plástico y solo recicla un pequeño porcentaje. La mayor parte va a dar a rellenos sanitarios o se acumula en el ambiente. Lo más triste del caso es el carácter totalmente superfluo de la mitad de esos plásticos. Hay otros materiales para empacar y embalar. Las pajillas son innecesarias y, si se les juzga convenientes, es posible hacerlas con papel, metal y hasta vidrio.
Con vista en la triste situación de campos, ríos y mares, nuestro país adoptó una Estrategia nacional para la sustitución de plásticos de un solo uso por alternativas renovables y compostables con la intención de lograr, en el 2021, el concurso del 80 % de las municipalidades, comercios y entidades públicas en la lucha contra esta importante fuente de contaminación.
Existen, también, programas para estimular el reciclaje. Esa posibilidad deja algo de insatisfacción cuando se trata de plásticos de un solo uso, la mayoría de los cuales resultan superfluos. Solo el 10 % de los artículos plásticos son reciclados en el mundo y en nuestro país la cifra ronda el 8 %. La composición química del material dificulta el proceso, exige agregar elementos nuevos y otros productos químicos. Pasado el engorroso camino, los usos del plástico reciclado son limitados.
Por eso hay un número creciente de países donde se prohíbe o restringe el empleo de plásticos, en particular los de un solo uso o los que son fácilmente sustituibles. La industria de bebidas es un blanco frecuente, pero, en Dinamarca, existe una prohibición total de vajillas plásticas. En Francia, no es lícito el uso de vasos desechables.
Otras naciones, como Colombia, han optado por desestimular el empleo de plásticos en lugar de prohibirlos. La venta de bolsas en el país sudamericano cayó en un 30 % cuando las autoridades comenzaron a cobrar un impuesto equivalente a apenas ¢3,70, proyectado para llegar a ¢10 en el 2020. Inglaterra obtuvo resultados parecidos con la imposición de un gravamen igualmente modesto.
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La preocupación por el difícil manejo de estos contaminantes crece en nuestro país. La Municipalidad de Osa se adelantó para ser la primera libre de plásticos. La meta es ambiciosa y el valor del esfuerzo es alto. Las universidades públicas y los ministerios de Ambiente y Salud impulsan diversas iniciativas. Ya hay comercios donde se ofrece al cliente diversos medios de empaque y se promueve el uso de bolsas no desechables. Algunas instituciones emitieron directrices para prohibir la adquisición y empleo de plásticos de un solo uso.
Sin embargo, el marco legal es omiso y las iniciativas existentes tienden a ser ejecutadas en desconcierto, sin claridad de objetivos. Es hora de iniciar el debate sobre los plásticos sustituibles y los de un solo uso para aproximarnos a una combinación de medidas eficaces. Se nos está haciendo tarde.