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La nueva Junta Directiva del Colegio de Periodistas y Profesionales en Ciencias de la Comunicación Colectiva (Colper) debutó con un llamado a combatir la desinformación, no importa su origen, pero especialmente la impulsada por la Administración Pública. La carta pública invita al gobierno a adoptar una posición “firme y clara” frente a las declaraciones de Alberto Vargas Zúñiga, creador del trol Piero Calandrelli, responsable de feroces ataques contra periodistas y diputados críticos de la labor oficial.
Posiblemente, la reacción del Poder Ejecutivo se hará esperar, pero la de los troles y sus seguidores no tardará. El Colegio será víctima del fenómeno cuya proliferación llama a combatir. Casi de inmediato, en las propias páginas digitales de la institución, aparecieron comentarios indicándole la conveniencia de dedicarse a “velar por los medios periodísticos… que hacen tanto uso de falacias y de puntos que parecen ciertos pero al final resultan otra cosa”.
Con esa afirmación, sin prueba ni señalamientos concretos, se pretende restar peso al llamado del Colegio y se insiste en desprestigiar a la prensa. Los medios periodísticos serios no utilizamos falacias, si cometemos un error lo reconocemos y calzamos las informaciones con nuestras firmas. Trabajamos de frente y sin escondernos detrás de terceros, sobre todo, si son mero producto de la imaginación.
Pero hay quienes prefieren creerle a Piero Calandrelli y no a Alberto Vargas, arrepentido de los ataques lanzados contra informadores de diversos medios, a quienes ofrece disculpas. Quieren ser engañados y Piero los complacía. Por eso se les hace imposible aceptar las declaraciones de Alberto y con cómico cinismo las cuestionan por provenir de un trol. Pero al trol sí le creían.
Ahora, los antiguos seguidores de Calandrelli no pueden dar crédito siquiera a los comprobantes de depósitos hechos por funcionarios en las cuentas de Alberto Vargas. Tampoco a las capturas de pantalla de mensajes intercambiados con personeros del gobierno. Disfrutaron tanto de ser engañados que ahora no admiten las pruebas de la tomadura de pelo.
Por eso, el Colegio debería, en su opinión, ocuparse de los medios de comunicación y no del detallito revelado por Alberto Vargas. Si un funcionario paga e instruye al manejador de un personaje ficticio para atacar a periodistas de diversos medios con el fin de silenciarlos o restar veracidad a sus informaciones y tender cortinas de humo frente a los desaciertos gubernamentales, el Colper no debería perder el tiempo en exigir explicaciones.
El problema es la prensa. Lo dijo Piero Calandrelli y lo repiten otros troles. Luego, reciben confirmación de personas como ellos mismos, porque la labor del trol es crear una corriente de opinión capaz de arrastrar a otros y sumarlos al coro. Engañados, se convencen mutuamente de su astucia. A ellos nadie los engaña, y cuestionan los motivos de todos, menos de quienes pagan a los troles para engañarlos.
La prensa es el problema, pero son incapaces de citar un solo caso de corrupción, despilfarro o ineptitud que no hayan conocido por la prensa, aunque sea de modo indirecto, mediante la reproducción de noticias en las redes sociales. No obstante, no les da el intelecto para preguntarse por qué ahora, después del largo y distinguido papel del periodismo en la denuncia de la corrupción, se pretende silenciarlo. Repiten sin reflexión los ataques formulados contra los medios.
No es de extrañar si al pie de este editorial aparece la pregunta “¿cuándo devuelven la plata de las pensiones?” u otra por el estilo. La respuesta no corresponde darla a los periodistas de La Nación, pero la administración dice, una y mil veces, que lo hará cuando venzan los bonos, como es normal y lo ha venido haciendo con cada vencimiento. A plena vista, la empresa tiene activos por un valor muy superior a la inversión de la Caja, pero eso no le importa a Piero Calandrelli. Tampoco le inquietan las confesiones de Álvaro Ramos sobre la motivación política de las “dudas”. Así opera la desinformación.
La tarea emprendida por el Colper es ineludible. La desinformación está entre las principales amenazas contra la democracia, sea en nuestro país, en los Estados Unidos o en cada rincón del planeta donde los operadores políticos descubrieron la utilidad de los Pieros Calandrelli y la disposición de tanta gente a creerles mientras no se transformen en Alberto Vargas.
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