Editorial: Incertidumbre tras Singapur

La cumbre Trump-Kim se caracterizó por su vaguedad y las enormes dudas que genera, pero, al menos por ahora, alejó el peligro de una conflagración nuclear, aunque sin garantías sobre el futuro.

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La reunión sostenida el martes, en Singapur, entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el dictador dinástico de Corea del Norte, Kim Jong-un, ha generado tres certezas y una enorme cantidad de dudas e inquietudes. Qué ocurrirá a partir de ahora con el ansiado logro de garantizar la paz y conducir a la desnuclearización de ese país, dependerá de un complejo proceso plagado de riesgos e incertidumbres. La experiencia pasada genera gran pesimismo, pero no se puede descartar que puedan alcanzarse esos objetivos.

La primera certeza es que la cumbre fue un hecho histórico: tras 70 años de una guerra y la ausencia de un tratado de paz, nunca antes se habían reunido los máximos dirigentes de ambos países. La segunda es que, al menos mientras dure el proceso de negociaciones, ha desaparecido la posibilidad de una guerra en la península coreana y el riesgo de que Corea del Norte use su arsenal nuclear, con funestas implicaciones en todo el norte de Asia. La tercera certeza es que el gran premio, al menos en lo inmediato, lo ha obtenido el dictador Kim. Gracias al encuentro, ha sido elevado por Trump a la categoría de estadista y hombre “honorable” y hasta confiable, a pesar de su récord de violación flagrante y sistemática de los derechos humanos, su control absoluto sobre el poder y su desdén por normas básicas del sistema internacional.

El comunicado conjunto divulgado tras la cumbre, además de ser en extremo breve y reiterativo, se caracteriza por una enorme imprecisión, en particular respecto a las dos principales promesas que incluye. En el texto, Kim reafirmó el acuerdo suscrito el 27 de abril con el presidente surcoreano, Moon Jae-in, de “comprometerse a trabajar hacia la completa desnuclearización de la península coreana”. Trump, por su parte, asumió el compromiso de “proveer garantías de seguridad” a Corea del Norte.

La “desnuclearización de la península coreana”, no del régimen de Kim, que es el responsable de las grandes provocaciones con esas armas, se presta para múltiples interpretaciones. Una podría ser, incluso, que Estados Unidos elimine su protección nuclear al Sur, con implicaciones sumamente inquietantes tanto para ese país como para Japón. El comunicado no hace ninguna referencia al tipo de proceso que se emprenderá para lograr el fin propuesto, una vez que sea clarificado; por ejemplo, si se hará por pasos a cambio de concesiones al Norte, o de una sola vez, como requisito para avanzar. Tampoco incluye ninguna referencia (aunque fuera igualmente vaga) a la verificación y el control. Y la misma falta de precisiones existen sobre las garantías de seguridad ofrecidas por Trump.

Es necesario tomar en cuenta, además, que tanto el abuelo como el padre de Kim Jong-un asumieron en el pasado similares compromisos —algunos más específicos—, incluso cuando aún su programa nuclear era incipiente. Pero terminaron como una simple estrategia para comprar tiempo y obtener beneficios a pesar de su incumplimiento.

¿Podrá suceder algo distinto a partir de ahora? ¿Tendrán las negociaciones sobre precisiones conceptuales, pasos, acciones, contraprestaciones, verificación y cooperación, la posibilidad de que, en verdad, Kim se despoje de sus armas nucleares? ¿O serán, como ha sucedido antes, una oportunidad para consolidar su posición interna y externa, ahora ya más sólida, gracias a la unción de Trump? Desgraciadamente, salvo la confianza de este en la supuesta “honorabilidad” y carácter “visionario” de su contraparte, y en su presunto deseo de dar énfasis al desarrollo y el bienestar de su país por sobre el apego a la fuerza, no hay ninguna garantía de que el proceso llegue a buen puerto.

Es una ventaja que podamos sentirnos aliviados de que la amenaza de una conflagración militar catastrófica haya salido del escenario. Pero más allá de eso, se mantiene una enorme incertidumbre; peor aún, si el proceso no se desarrolla con éxito, la amenaza reaparecerá a mediano plazo, quizá con riesgos aún mayores.