Como parte de los artilugios retóricos para descarrilar los debates basados en hechos y encubrir intereses gremiales o burocráticos con términos que suenen bien, se ha puesto de moda insistir en el “fortalecimiento” de una serie de instituciones que enfrentan, en grados y gravedad distintos, problemas de focalización, insostenibilidad, gestión y pérdida de rumbo. Las más emblemáticas, que acaparan la atención de algunos dirigentes sindicales y también revelan síntomas de confusión por parte del gobierno, son el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), la Refinadora Costarricense de Petróleo (Recope) y el Consejo Nacional de Producción (CNP).
Fortalecer suena bien, pero puede significar muchas cosas. Estamos con el fortalecimiento si este lleva consigo alinear a las instituciones con propósitos claros que respondan al interés nacional y a fines explícitamente definidos; ponerlas a la altura de los tiempos en visión, estrategia, tecnología, dinámicas de mercado, eficacia y eficiencia; eliminar lo que estorbe y potenciar lo que aporte; medir resultados de manera sistemática; evitar que se extiendan a ámbitos que no les corresponden; y eliminar condiciones o prácticas monopólicas que generan altos costos y complacencia.
Sin embargo, la retórica en boga, y algunas acciones paralelas a ella, se encaminan por otro lado: en esencia, hacer lo posible para que las instituciones se mantengan sin realizar grandes cambios, aunque sea a costa de los sectores productivos, los usuarios y las finanzas públicas.
El proyecto de ley sobre Recope que el Ejecutivo presentó a la Asamblea Legislativa el 8 de abril tiene esta orientación. Pese a los enormes problemas de gestión de la Refinadora, cuyo ejemplo más reciente ha sido el fiasco con la mezcla de etanol y gasolina súper, el plan pretende convertirla en una empresa “de combustibles y energías alternativas”; es decir, adjudicarle nuevas funciones que se podrían desarrollar más ágilmente y con cero riesgo para el fisco desde el sector privado.
Más allá de lo que quiera decir la promesa de “no debilitar al ICE”, formulada hace pocos días por el presidente, Carlos Alvarado, a sus principales dirigentes sindicales, lo cierto es que la “estrategia 4.0”, anunciada a mediados de junio por su presidenta ejecutiva, Irene Cañas, tiene notables pros, pero también inquietantes contras.
Su contexto es de crisis: según los estados financieros, el ICE cerró el 2018 con un déficit neto contable de ¢256.944 millones, un 303 % de crecimiento con respecto al año previo. A esto se añaden cambios fundamentales en los patrones de consumo y en la generación y distribución eléctrica. Son realidades que el plan reconoce y ante las que propone modalidades de transición, una reorganización interna orientada a aumentar la eficiencia, una mejor gestión financiera y la venta de “activos o inventarios infrautilizados”. A la vez, también plantea ser “facilitador de otros emprendimientos, incluidos aquellos ligados a economía colaborativa en sus distintas manifestaciones y que busque alianzas con cámaras privadas y empresas públicas y privadas”. De ahí a entrar en actividades ajenas a su misión, que lo desnaturalicen aún más, hay poca distancia.
El uso de respiradores artificiales y distorsionantes para evitar el colapso del CNP es una historia crónica, al punto que mantener la institución se ha convertido en su principal fin. El caso más dramático, revelado por un informe de la Contraloría General de la República, es que, debido a su monopolio para suplir a los comedores escolares, estos deben pagar precios más altos por productos que se consiguen más baratos y frescos mediante proveedores locales. Y a esto se añaden los persistentes retrasos en el pago del Consejo a sus proveedores.
Estamos conscientes de que los cambios institucionales no son fáciles, y que los intereses favorables al statu quo tienen gran poder y capacidad de organización, presión y bloqueo. Sin embargo, hemos llegado a un punto en que no mejorar, modernizar, adaptar, agilizar y, de ser necesario, achicar las instituciones, se ha vuelto insostenible. Por esto, la palabra de orden no debe ser reforzar, sino transformar.