El estudio conjunto de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y la alemana Universidad de Constanza, sobre la percepción de riesgo y el comportamiento en relación con el coronavirus, es alarmante. Los costarricenses hemos bajado la guardia justo cuando las autoridades advierten sobre las limitaciones de nuestra capacidad hospitalaria frente al número de infectados.
Las mismas autoridades temen una oleada de casos de covid-19 en las próximas semanas a causa del relajamiento de las medidas de protección individual durante la temporada de fin de año. El aumento de las infecciones constituiría una desafortunada constatación empírica de los hallazgos del estudio y la consecuencia temida del comportamiento observado en los centros de recreo, sobre todo en las costas.
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Nunca hubo un buen momento para abandonar las medidas de precaución, pero este es el peor. La nueva cepa del virus, detectada por primera vez en el Reino Unido, ya está en más de cuarenta países, y si bien no causa infecciones más graves ni aumenta la mortalidad, según estudios iniciales, sí potencia la propagación hasta un 70 % más.
La variante cruzó el Atlántico hace varias semanas para establecerse en los Estados Unidos. Los casos detectados en ese país son personas que no han viajado recientemente. La transmisión de la nueva cepa ya es local, aunque todavía no se sabe su grado de prevalencia. Cuando la aparición de la variante fue anunciada en el Reino Unido, el 8 de diciembre, los científicos estadounidenses señalaron la inevitabilidad de su arribo a Norteamérica. La probabilidad de sumarnos a la lista de afectados es grande.
La amenaza de la nueva variante es razón de más para recapacitar sobre el abandono de las medidas de protección. La caída en la percepción de riesgo, por otra parte, va en dirección contraria a los dictados del sentido común. El coronavirus es ahora mucho más peligroso.
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A estas alturas de la pandemia, la mayoría de los costarricenses conocen a alguna persona afectada. Muchos, desafortunadamente, tuvieron relación en diversos grados con algún fallecido. Si las infecciones sobrepasan la capacidad de atención a consecuencia de comportamientos más relajados, podríamos experimentar una tragedia mucho mayor. Si en esas circunstancias nos sorprendiera el arribo de la nueva cepa, sufriríamos un golpe devastador justo a las puertas de una prometedora campaña de vacunación.
El país ha hecho enormes sacrificios para no sufrir la devastación de otras naciones, incluidas algunas mucho más pudientes y avanzadas. Es impensable desperdiciarlo por una desinformada incredulidad sobre la eficacia de las mascarillas o el distanciamiento social. Son medidas indispensables para combatir la pandemia; no obstante, el estudio UNED-Constanza delata la pérdida de apoyo a lo largo de siete meses.
Cuando las conferencias de prensa cotidianas y su limitado mensaje dieron muestras de desgaste, el gobierno las fue relegando, pero no consiguió reemplazar las primeras ni renovar el segundo. Es hora de hacer un nuevo esfuerzo, sobre todo si se mantiene la apuesta por la responsabilidad personal.
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El estudio recomienda tratar la caída en la percepción del riesgo, la pérdida de confianza en las medidas de precaución y la falsa sensación de estar personalmente protegidos aunque se comprenda el riesgo generalizado para «los demás». La disminución de la percepción de peligro y la desaparición del esfuerzo educativo desplegado durante los primeros meses de pandemia van de la mano. No basta con decir al país que en adelante la responsabilidad personal decidirá su suerte. Es preciso comunicarle, insistentemente, en qué consiste esa responsabilidad.