El consorcio creado por Pfizer y BioNTech solicitó permiso para distribuir su vacuna contra el nuevo coronavirus. Le sigue muy de cerca la farmacéutica Moderna, cuya solicitud de autorización se espera para los próximos días. En ambos casos, la eficacia ronda el 95 % y la seguridad es óptima, según los ensayos practicados en los últimos meses.
AstraZeneca y la Universidad de Oxford esperan alcanzar la meta en enero y Johnson & Johnson, cuyos ensayos comenzaron tarde, dice estar en capacidad de ofrecer cien millones de dosis para marzo. A diferencia de las demás vacunas, la de Johnson & Johnson requiere una sola aplicación. Otras empresas están cerca de anunciar buenas noticias.
Mientras esperan la autorización, Pfizer y Moderna han puesto a punto sus procesos industriales y dicen estar en capacidad de ofrecer 70 millones de dosis, entre las dos, a finales del mes entrante. En pocas semanas comenzará la vacunación masiva. Será un proceso largo, con innumerables escollos por las dificultades de producción de las vacunas y la escasez de materiales necesarios para preservarlas.
La ciencia consiguió resultados asombrosos para librar a la humanidad del terrible flagelo, pero también la ignorancia se ha mantenido activa. Uno de los grandes desafíos de la futura campaña de vacunación es vencer la resistencia de quienes rechazan la inmunización por las más diversas teorías de la conspiración.
Por fortuna, nuestro país cuenta con amplios programas de vacunación en los cuales debería resultar relativamente fácil insertar la inmunización contra el nuevo coronavirus. Tan acostumbrados estamos a vacunarnos y tan exitosas han sido las campañas que algunas enfermedades, como el sarampión, solo aparecen en nuestro territorio cuando las traen extranjeros, como una familia francesa y otra estadounidense diagnosticadas el año pasado.
En Estados Unidos, las autoridades de Salud celebran los últimos resultados de las encuestas, donde el 58 % de los adultos dice estar dispuesto a vacunarse contra el coronavirus en comparación con el 50 % registrado en setiembre. No deja de ser asombroso que en uno de los países más afectados por el virus cuatro de cada diez ciudadanos desconfíen del medicamento liberador.
El contraste, tan halagador para Costa Rica, no es motivo para echar todas las campanas al vuelo. La diferencia podría obedecer, por lo menos en parte, a la desigual exposición a las teorías conspirativas difundidas con más intensidad en los países desarrollados por medio de las redes sociales.
Hay costarricenses convencidos del complot de Bill y Melinda Gates para reducir la población mundial con la vacuna como caballo de Troya. Basta con revisar las secciones de comentarios de los medios de comunicación y el propio sitio del Ministerio de Salud. Hay críticas contra el gobierno por la firma del convenio multilateral Covax Facility, coordinado por la Organización Mundial de la Salud con asistencia filantrópica de la fundación Gates y participación de la Unicef y el Banco Mundial.
Mediante el convenio, el gobierno pretende obtener suficientes dosis para vacunar a la quinta parte de la población a costo reducido, pero no se ha dado cuenta, según los aficionados a la teoría de la conspiración, de que cayó en manos de un complot para despoblar el mundo. Esa no es la única imbecilidad en nuestras redes sociales. No falta quien proclama la covid-19 como «más falsa que Judas» y acusa a los centros de salud de manipularla y colaborar en su transmisión.
Hay muchas razones para repudiar estos infundios. La primera es el respeto a los fallecidos, en especial al personal de Salud que da la vida por sus semejantes. La segunda es el riesgo para los crédulos, capaces de rechazar la vacunación para sí mismos y sus familias. Sigue la lista, pero no se puede dejar de mencionar el peligro de pasar por idiota o, más bien, demostrar esa condición.
La desinformación mediante Internet exige tanta vigilancia como el coronavirus, porque sus consecuencias podrían ser igualmente devastadoras. Contra ese mal, ningún país está vacunado.