Editorial: Chocolate sin cacao

Un examen detallado de los acuerdos revela la verdad del diálogo y la enorme distancia entre sus propuestas y las necesidades.

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La satisfacción expresada por los participantes en el diálogo multisectorial convocado por el gobierno se explica con facilidad a partir de los acuerdos anunciados el sábado. Ninguno de los sectores representados sufrió menoscabo de sus intereses y todos acudieron al ejercicio con ese objetivo en mente. En este aspecto, el diálogo fue un éxito.

Nadie, salvo el país, perdió. No hay aumento de impuestos y tampoco ajustes estructurales para conseguir una reducción del gasto. Las medidas de ahorro son tan poco controvertidas o francamente inevitables que no hacía falta dialogar para acordarlas. Por tanto, no se les puede considerar producto del ejercicio promovido por el gobierno. Aparecen en la suma total para disimular el fracaso.

El 0,43 % del PIB atribuido al recorte del presupuesto en ¢150.000 millones es un compromiso adquirido con anterioridad, gracias a la firmeza de la oposición legislativa y a pesar de las maniobras del gobierno. No tiene relación alguna con el diálogo, salvo su aparición en la lista de ahorros.

El ahorro será todavía mayor en el 2022 (0,47 %), pero nadie dijo de donde saldrán esos recortes presupuestarios ni recordó que la ejecución del plan de gastos de ese año ya no corresponderá a la actual administración. Eso sí, la economía quedó plasmada en el documento final del diálogo. Faltó decir que la reducción del presupuesto del 2022 será obligatoria a consecuencia de la Ley 9635, a cuyo tenor el plan de gastos es una función del crecimiento económico de los últimos tres años y del presupuesto del año anterior. Como ambos caerán en el 2021, lo mismo sucederá el año siguiente, no por voluntad del gobierno ni acuerdo de los sectores, sino por mandato de ley.

El proyecto de Hacienda Digital, destinado a mejorar la recaudación de tributos, la eficiencia del gasto y la administración de la deuda, fue aprobado en segundo debate antes de culminar el diálogo. Nadie objetó la idea, pero las observaciones a esas alturas habrían sido irrelevantes. No obstante, aparece un 0,50 % del PIB en ingresos adicionales, como si fueran producto del diálogo.

El caso de Hacienda Digital es un ejemplo idóneo del arte de birlibirloque aplicado al resultado final. El viernes, aparecía en la columna de ingresos como generador del 0,25 %. Para el sábado, ya valía un 0,50 %. El cambio refleja la precariedad de muchas de las cifras utilizadas para engrosar el resultado.

Mágica es también la idea de canjear deuda cara por otra, más barata. Es una buena intención, pero aparece contabilizada como si se tratara de una realidad. El canje presupone un mercado internacional dispuesto a obtener rendimientos más bajos, pero eso depende de la percepción de riesgo. En este momento, esa percepción no nos favorece y no lo hará en el futuro si no varían los supuestos que explican la actual apreciación negativa. El diálogo en nada contribuyó a disminuir la desconfianza.

Otro tanto puede decirse de los bonos cero cupón. El rendimiento se obtiene con la tasa de interés o con el descuento, pero no hay motivo para suponer la existencia de inversionistas dispuestos a aceptar menor retribución solo por las características del título comprado. Está por verse cómo se transforman las emisiones de bonos cero cupón en un ahorro del 0,20 % del PIB en el rendimiento exigido por el mercado.

Un 0,10 % del PIB saldría del uso del Sistema Integrado de Compras Públicas (Sicop) en toda la administración. Para eso no hacía falta diálogo. Hace más de tres años el Congreso aprobó una ley para exigir la adopción del Sicop y hay otro proyecto en camino porque al sector público no le basta con uno. El gobierno debería abocarse al cumplimiento de la ley cuanto antes.

El uso del Sicop, por otra parte, aumenta la eficiencia del gasto, pero no necesariamente lo reduce. Para conseguir ese efecto es preciso hacer un recorte presupuestario adicional por el monto estimado del ahorro que se espera lograr con el aumento de la eficiencia.

De tres medidas anunciadas para generar ingresos del 0,78 % una sola vez, ninguna resulta polémica. Al Plan Pagar se le atribuyen ingresos de 0,26 %, pero ya se anunció el uso de buena parte de los fondos para llenar el faltante creado por la exención del marchamo recientemente aprobada. Solo quedarían unos ¢46.000 millones. La venta de lotes ociosos tampoco iba a despertar oposición, pero no debemos apresurarnos a contar con el anunciado ingreso del 0,20 % del PIB mientras no tengamos a la vista el inventario de terrenos y hayamos constatado que estén en condición de ser vendidos.

El 0,50 % por la venta de la cartera de Conape, en cambio, sí parece factible en la medida señalada por el cuadro de resultados del diálogo. No obstante, vale la pena recordar que el país necesita generar un superávit primario a lo largo de muchos años para llevar la razón deuda/PIB al 50 % y la gotita salida del diálogo representa muy poco si la intención es apagar el incendio.

La reducción de la deuda política para ahorrar un 0,08 % nunca resultará polémica y la eliminación de la gasolina de los diputados ni siquiera aparece en la lista, quizá por insignificante. El único nuevo impuesto, sobre los premios de la lotería, solo preocupa a la Junta de Protección Social y rendiría un 0,12 %. Por último, la renta global, otra medida factible, aportará el 0,10 %.

Un examen detallado de las iniciativas «acordadas» revela la verdadera naturaleza del diálogo y la enorme distancia entre sus propuestas y las necesidades. Demuestra, con toda claridad, que el ejercicio apenas sirvió para salvaguardar intereses sectoriales, en especial los del aparato público. A cambio de no verse afectados, otros sectores lo toleran y el gobierno aplaude el momentáneo relevo de un compromiso que a la larga resultará ineludible.

La peor de las conclusiones, sin embargo, es la completa inutilidad de lo acordado para procurar un convenio con el Fondo Monetario Internacional. Es difícil que el gobierno siquiera se atreva a presentarse con los planteamientos descritos y muchos de ellos ni siquiera son aptos para integrarlos a una propuesta de mayor alcance.

Si todo fuera tan fácil como lo pinta el diálogo, si la sabiduría de Salomón se le hubiera quedado corta, si el chocolate pudiera hacerse sin cacao, sería inexplicable la torpeza de la administración cuando propuso su fracasado plan de setiembre. Era una iniciativa desequilibrada, no hay duda, pero tenía la honradez de no ocultar la necesidad de hacer sacrificios.