Un dirigente sindical, huelga decir el nombre, reveló en las redes sociales, casi con un suspiro, su deseo de ver en las calles de Costa Rica una revuelta como la de los “chalecos amarillos” en Francia. Con nostalgia por acontecimientos no ocurridos, preguntó cuándo y cómo. Pocos costarricenses, incluidos los afiliados a agrupaciones gremiales, comparten la aspiración de ver incendios en San José y a la Fuerza Pública respondiendo como lo hace la Policía francesa.
Precisamente por eso, interesan los sueños del dirigente y su puñado de compañeros de causa. Los sectores más radicales de la dirigencia sindical parecen frustrados por la inutilidad de sus llamados a la confrontación, al martirio de las cadenas, la toma del Parque Nacional a la luz de las farolas y las convocatorias a enfrentar a las “fuerzas represivas” de la administración Alvarado. Solo les queda soñarse a la cabeza de un torrente humano como el parisino de las últimas semanas.
Ellos, que dicen haber encabezado a un millón de manifestantes, número suficiente para ganar elecciones e imponer un programa, se imaginan al frente de unos cuantos miles de manifestantes en París o cerca de 150.000 en toda Francia en los momentos más fuertes de las protestas, según estimaciones recogidas por la prensa internacional, incluida la BBC.
Los manifestantes franceses son cuatro gatos en comparación con los alegres números de los dirigentes nacionales, pero su violencia es mucha. Francia lamenta siete muertos y decenas de heridos. Al parecer, los suspiros del dirigente local son por la violencia y no por el número, salvo el riesgo de caer en grave contradicción y verse obligado a admitir el tamaño real de su convocatoria.
En eso reside parte de la respuesta a las preguntas planteadas. El fenómeno no se repite en Costa Rica porque la violencia como método es rechazada por amplias mayorías de la población, como debió quedar claro a la dirigencia empeñada en provocarla, sin éxito, salvo algunos acontecimientos aislados y disturbios oportunistas en limón, donde el hampa sacó momentáneo provecho.
Pero hay otras razones. En Francia, una protesta inicialmente motivada por el aumento en el precio de los combustibles dio paso a manifestaciones más amplias. Sectores marginados del desarrollo económico o que se sienten en esa condición nutren las filas de los “chalecos amarillos”. La prenda escogida para uniformar la protesta lo dice todo. Evoca a trabajadores cuya condición dista mucho de los grupos más favorecidos de la sociedad, incluida la burocracia.
Por eso los dirigentes de sindicatos estatales costarricenses harían bien en guardar el gorro frigio. Las protestas francesas ni siquiera necesitaron una dirigencia. Surgieron de forma espontánea entre grupos de la población cuyos equivalentes costarricenses no están representados por los sindicatos burocráticos ni comparten sus objetivos. Para tratar de sumarlos a sus protestas, intentaron exagerar los alcances del impuesto sobre el valor agregado, pero no lo lograron, y su defensa de estrechos beneficios sectoriales se transparentó de inmediato.
Sin embargo, la demostrada ineficacia de los aspirantes a encabezar protestas como la francesa no debe nublarnos la vista ante el panorama de amplios sectores desposeídos en el país. La reforma tributaria y la de la administración pública urgen, precisamente, para tenderles la mano. Necesitamos un Estado eficiente, capaz de maximizar el impacto de los programas sociales y estimular el crecimiento de la economía, no para ensanchar las brechas, sino para señalar el camino de la inclusión y la prosperidad.