Editorial: Cauto optimismo en Europa

Las elecciones al Parlamento de la UE dieron un buen respiro a los demócratas europeístas. Aunque el avance de la extrema derecha fue menor al esperado, su reto es impostergable.

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Los malos augurios fueron muchos, y había razones para suponer que se harían realidad. Sin embargo, los resultados de las elecciones al Parlamento de la Unión Europea (EU), dados a conocer el pasado domingo, llaman a un moderado optimismo. Pese a la actividad promovida por los partidos de extrema derecha y su avance en algunos países, se manifestó un renovado compromiso de los ciudadanos por la suerte de la Unión y una clara mayoría favorable a las fuerzas políticas más sensatas y europeístas.

Ciertamente, el espectro político quedó más fragmentado y el gran pilar de estabilidad representado por los grupos parlamentarios de centroderecha (Partido Popular Europeo, PPE) y centroizquierda (Socialistas y Demócratas, SD) perdió su tradicional mayoría conjunta. Esto obligará a negociaciones más complejas para forjar acuerdos y, en lo inmediato, decidir quién será el próximo presidente de la Comisión Europea. Pero en ellas, la extrema derecha, aunque tendrá más capacidad de perturbación, no la tendrá para bloquear, simplemente porque su fuerza no se lo permitirá.

La buena noticia más evidente es el aumento en la participación electoral, la mayor en 25 años. Varió mucho entre países, pero el promedio fue muy superior al de las anteriores elecciones parlamentarias en el 2014: 50,9 % ahora frente al 42,6 % entonces. Esto revela que los europeos tomaron más en serio los comicios, no solo por la oportunidad de utilizarlos para penar o castigar simbólicamente a sus respectivos gobiernos, sino también por una mayor conciencia sobre su importancia continental y lo mucho que estaba en juego.

Los partidos de extrema derecha, que están lejos de constituir un bloque homogéneo en sus aspiraciones e intereses —salvo su nacionalismo, discurso antielitista y rechazo a la migración—, alcanzarán 168 de los 751 escaños en el Parlamento, cerca del 25 %, una mejora de casi cinco puntos porcentuales respecto a cinco años atrás, pero muy por debajo del 33 % que les habría dado la posibilidad de entrabar el desempeño legislativo. Además, su avance se concentró en algunos países, aunque ciertamente muy influyentes: el Reino Unido, donde el llamado brexit distorsionó el proceso, Polonia, Hungría, Italia y Francia. En este último, sin embargo, aunque el Encuentro Nacional superó en poco más de un punto porcentual a la República en Marcha, del presidente Emmanuel Macron, su resultado fue peor que en el 2014. Lo anterior quiere decir que, a partir de estos comicios, no se puede hablar de una oleada de extremismo derechista en Europa, pero sí de un riesgo permanente que solo podrá neutralizarse con mejor gobernabilidad nacional y comunitaria.

Los dos grupos que demostraron mejor desempeño, por sus respectivos crecimientos porcentuales, fueron el liberal, bajo la sigla ADLE (al que se incorporó la República en Marcha) y los Verdes, que en Alemania incluso superaron al Partido Socialdemócrata y, en Francia, a los socialistas y a la derecha tradicional. Liberales y verdes tienen posiciones dispares entre sí y con respecto al PPE y la SD, pero todos coinciden en su apego a las normas básicas de la convivencia democrática, a la tolerancia y al compromiso con la Unión Europea. Desde estas bases, es posible constituir alianzas estructurales o puntuales para impulsar legislación adecuada y para generar estabilidad dentro de la abundante diversidad y dispersión electoral.

“Pienso que la llamada ola populista fue contenida”, dijo el secretario general de la Comisión Europea, Martin Selmayr, pero de inmediato añadió: “Todas las fuerzas democráticas proeuropeas necesitarán trabajar juntas”. Es una tarea tan necesaria como urgente. Se refiere no solo al desempeño de la UE en sí misma —en particular su eficacia y representatividad—, sino al de cada uno de los países miembros. Porque si bien los comicios han dado un cierto respiro, también han destacado que el reto de mantener la buena ruta de la Unión, alrededor de la democracia, el desarrollo y la inclusión, es impostergable.