La Cumbre del G-20, que reúne a las 19 naciones más ricas del mundo más la ONU, se celebró en Hamburgo esta semana, con la mirada del planeta atenta a la cita bilateral del presidente norteamericano, Donald Trump, con su contraparte rusa, Vladimir Putin.
Muy poco dejaron entrever los protagonistas al concluir la reunión. Putin no adelantó su temario, como es usual con los jefes del Kremlin. Trump entró a la cita con la intención de pedir cuentas por la interferencia rusa en las elecciones norteamericanas. También planteó los casos de Siria y Ucrania, pero otra crisis, cada vez más intensa, reclamó un espacio en las conversaciones. Los mandatarios no pudieron dejar de adentrarse en la veloz carrera armamentista protagonizada por el régimen norcoreano.
La urgencia del tema quedó clara después del lanzamiento, el 4 de julio, de un nuevo misil con alcance intercontinental y mayor capacidad nuclear, que constituye un umbral no alcanzado antes por Pionyang.
Corea del Norte ha demostrado un significativo avance en el desarrollo de sus misiles balísticos y el proyectil probado esta semana, designado como Hwasong-14, fue objeto de inmediatos exámenes pormenorizados en las naciones amenazadas.
El dictamen es que el proyectil puede viajar más de 6.000 kilómetros, quizás hasta 6.500, lo cual pondría a su alcance toda Alaska, mas no las islas de Hawái ni Estados Unidos continental. También se dio a conocer que los desplazamientos del misil por tierra se realizaron con rudimentarios vehículos que no formaban parte del mismo proyectil.
Rudimentario o avanzado, el más reciente misil constituye una bofetada de graves consecuencias para la defensa norteamericana y de las naciones de la región aliadas de Washington. Hace unos pocos meses, Trump afirmó que Corea del Norte no llegaría a desarrollar un arma capaz de alcanzar alguna parte de Estados Unidos. El desafío está ya planteado y publicitado. ¿Qué piensan hacer ahora los responsables de la defensa norteamericana?
Estados Unidos no puede darse el lujo de disimular algo tan real y objetivo como estos últimos misiles norcoreanos. En otras palabras, no es posible concebir que el presidente y los generales estadounidenses esperen sin dar pasos firmes para frenar los desmanes de Pionyang.
Pero hay consenso sobre los riesgos de desencadenar una guerra en la península coreana, donde cientos de miles de personas están al alcance de las armas de Kim Jong-un. Incluso un ataque limitado implica el riesgo de un escalamiento acelerado del conflicto.
Para seguir cualquier otro curso de acción, en especial la imposición de crecientes sanciones, Estados Unidos necesitará el acuerdo de Rusia, cuyo veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es un as bajo la manga de Putin. El delicado equilibrio requerido para acercar a los rusos en materia coreana sin renunciar a los reclamos por la interferencia electoral, exigidos por la mayoría de la opinión pública estadounidense, es una difícil tarea para el mandatario norteamericano.
Pronto sabremos cuánto éxito logró en ese cometido, de preponderante importancia luego de las últimas pruebas balísticas de Corea del Norte. El caso de los misiles puso en segundo plano otras áreas de conflicto donde chocan los intereses de las dos grandes potencias, como son Siria y Crimea. Putin parece tener amplio espacio de maniobra frente a Washington, y no se abstendrá de aprovecharlo. Por lo pronto, el gobernante ruso pidió a los estadounidenses cabeza fría, pragmatismo y una retórica menos candente.