El fenómeno que empezó con hileras de migrantes africanos se ha convertido hoy en un drama inédito. Ayer eran refugiados de las cruentas luchas en Somalia y su entorno, que se propalaron por otras zonas de África. Hoy, pobreza, represión y hambre componen el combustible del éxodo de sirios, iraquíes, eritreos y muchos otros que engrosan las masas desesperadas, atraídas mayormente por Grecia e Italia como puntos de acceso a las promisorias economías de Europa Occidental.
En naves destartaladas y propensas al naufragio, los migrantes continúan lanzándose a una riesgosa odisea oceánica. Ponen en peligro sus vidas y, como lo confirma una dolorosa fotografía que esta semana dio la vuelta al mundo, también la de sus hijos. En dramas como ese, los refugiados invierten sus escasos ahorros para pagar a los traficantes de humanos de aquellas latitudes.
La marcha hacia el soñado jauja del oeste europeo ahora se ha engrosado con sirios e iraquíes que caminan en nutridas columnas hacia Alemania, que goza de fama por su generoso sistema de asilo, el cual se anticipa incluirá este año 800.000 nuevos beneficiarios. No obstante, los miles de refugiados que hoy transitan por calles y carreteras europeas no tienen una meta fácilmente accesible. Quienes llegan a los países de menores ingresos de la Comunidad Europea, encaran una situación difícil, subrayada por tragedias como los 71 cadáveres recientemente hallados en un furgón de reparto, estacionado en una alejada calle austríaca.
La escalada de migrantes ha motivado decepcionantes reacciones de algunos gobiernos europeos. En claro contraste con la solidaridad humanitaria de la canciller alemana, Ángela Merkel, a quien se le une Francia, gobiernos como el de Hungría responden con vallas más altas y afiladas. El presidente húngaro, Víctor Urban, de notoria filiación en la extrema derecha, se opone a toda iniciativa que lo obligue a recibir asilados.
Para el 14 de este mes se espera una reunión de representantes de los 28 gobiernos que constituyen la Unión Europea (UE). Los resultados de esa asamblea podrían conciliar las principales ideas formuladas para atender la crisis. La tesis de Alemania y Francia consiste en crear sistemas de registro de migrantes en los mayores centros de arribo, lo cual facilitará la deportación de aquellos cuya motivación es meramente económica. Asimismo, se destinarían mayores recursos para brindar asilo a los refugiados de guerras como las de Siria, Irak y otros. Cada país de la UE asumiría el compromiso de admitir un número acordado de refugiados. Merkel ya adelantó que Alemania recibiría 800.000. Ahora falta ver las cifras propuestas por otros gobiernos.
En cualquier caso, estas negociaciones estarán supeditadas a los prejuicios y temores de cada nación. Algunos gobiernos temen que aligerar permisos de refugiados de guerra abarrote las calles con sirios e iraquíes. La historia no carece de antecedentes sobre el sufrimiento de refugiados sin acogida. ¿Quién podría olvidar el caso clásico del buque Saint Louis, en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, cuyos pasajeros no lograron admisión en ningún país, incluidos los Estados Unidos? Tras hacer, sin éxito, escalas desesperadas en Cuba y otros puertos, la nave debió retornar a la Alemania nazi donde los pasajeros acabaron en los campos de exterminio.
Por desgracia, no aparece en el panorama europeo un consenso para el plan de la Merkel ni para ningún otro que conlleve responsabilidades de admisión de refugiados. Esperemos que la sensibilidad humanitaria logre finalmente imponerse.